Edad Media
La Edad Media, Medievo o Medioevo es el período histórico de
la civilización occidental comprendido entre el siglo V y el XV. Su comienzo se
sitúa convencionalmente en el año476 con la caída del Imperio romano de
Occidente y su fin en1492 con el descubrimiento de América,1 o en 1453 con la caída
del Imperio bizantino, fecha que tiene la ventaja de coincidir con la invención
de la imprenta (Biblia de Gutenberg)y con el fin de la Guerra de los Cien Años.
Actualmente los historiadores del periodo prefieren matizar
esta ruptura entre Antigüedad y Edad Media de manera que entre los siglos III y
VIII se suele hablar de Antigüedad Tardía, que habría sido una gran etapa de
transición en todos los ámbitos: en lo económico, para la sustitución del modo
de producción esclavista por el modo de producción feudal; en lo social, para
la desaparición del concepto de ciudadanía romana y la definición de los
estamentos medievales, en lo político para la descomposición de las estructuras
centralizadas del Imperio romano que dio paso a una dispersión del poder; y en
lo ideológico y cultural para la absorción y sustitución de la cultura clásica
por las teocéntricas culturas cristiana o islámica (cada una en su espacio).2
Suele dividirse en dos grandes períodos: Temprana o Alta
Edad Media (siglo V a siglo X, sin una clara diferenciación con la Antigüedad
Tardía); y Baja Edad Media (siglo XI a siglo XV), que a su vez puede dividirse
en un periodo de plenitud, la Plena Edad Media (siglo XI al siglo XIII), y los
dos últimos siglos que presenciaron la Crisis de la Edad Media o del siglo XIV.
Aunque hay algunos ejemplos de utilización previa, el
concepto de Edad Media nació como la segunda edad de la división tradicional
del tiempo histórico debida a Cristóbal Cellarius (Historia Medii Aevi a
temporibus Constantini Magni ad Constaninopolim a Turcis captam deducta (Jena,
1688),3quien la consideraba un tiempo intermedio, sin apenas valor por sí
mismo, entre la Edad Antigua identificada con el arte y la cultura de la
civilización grecorromana de la Antigüedad clásica y la renovación cultural de
la Edad Moderna -en la que él se sitúa- que comienza con el Renacimiento y el
Humanismo. La popularización de este esquema ha perpetuado un preconcepto
erróneo: el de considerar a la Edad Media como una época oscura, sumida en el
retroceso intelectual y cultural, y un aletargamiento social y económico
secular (que a su vez se asocia con el feudalismo en sus rasgos más
oscurantistas, tal como se definió por los revolucionarios que combatieron el Antiguo
Régimen). Sería un periodo dominado por el aislamiento, la ignorancia, la
teocracia, la superstición y el miedo milenarista alimentado por la inseguridad
endémica, la violencia y la brutalidad de guerras e invasiones constantes y
epidemias apocalípticas.
Sin embargo, en este largo período de mil años hubo todo
tipo de hechos y procesos muy diferentes entre sí, diferenciados temporal y
geográficamente, respondiendo tanto a influencias mutuas con otras
civilizaciones y espacios como a dinámicas internas. Muchos de ellos tuvieron
una gran proyección hacia el futuro, entre otros los que sentaron las bases del
desarrollo de la posterior expansión europea, y el desarrollo de los agentes
sociales que desarrollaron una sociedad estamental de base predominantemente
rural pero que presenció el nacimiento de una incipiente vida urbana y una
burguesía que con el tiempo desarrollarán el capitalismo. Lejos de ser una
época inmovilista, la Edad Media, que había comenzado con migraciones de
pueblos enteros, y continuado con grandes procesos repobladores (Repoblación en
la Península Ibérica, Ostsiedlung en Europa Oriental) vio cómo en sus últimos
siglos los antiguos caminos (muchos de ellos vías romanas decaídas) se
reparaban y modernizaban con airosos puentes, y se llenaban de toda clase de
viajeros (guerreros, peregrinos, mercaderes, estudiantes, goliardos) encarnando
la metáfora espiritual de la vida como un viaje (homo viator).
También surgieron en la Edad Media formas políticas nuevas,
que van desde el califato islámico a los poderes universales de la cristiandad
latina (Pontificado e Imperio) o el Imperio bizantino y los reinos eslavos
integrados en la cristiandad oriental (aculturación y evangelización de Cirilo
y Metodio); y en menor escala, todo tipo de ciudades estado, desde las pequeñas
ciudades episcopales alemanas hasta repúblicas que mantuvieron imperios
marítimos como Venecia; dejando en la mitad de la escala a la que tuvo mayor
proyección futura: las monarquías feudales, que transformadas en monarquías
autoritarias prefiguran el estado moderno.
De hecho, todos los conceptos asociados a lo que se ha
venido en llamar modernidad aparecen en la Edad Media, en sus aspectos
intelectuales con la misma crisis de la escolástica.6 Ninguno de ellos sería
entendible sin el propio feudalismo, se entienda éste como modo de producción
(basado en las relaciones sociales de producción en torno a la tierra del
feudo) o como sistema político (basado en las relaciones personales de poder en
torno a la institución del vasallaje), según las distintas interpretaciones
historiográficas.
El choque de civilizaciones entre cristianismo e islamismo,
manifestado en la ruptura de la unidad del Mediterráneo (hito fundamental de la
época, según Henri Pirenne, en su clásico Mahoma y Carlomagno7 ), la
Reconquista española y las Cruzadas; tuvo también su parte de fértil
intercambio cultural (escuela de Traductores de Toledo, Escuela Médica
Salernitana) que amplió los horizontes intelectuales de Europa, hasta entonces
limitada a los restos de la cultura clásica salvados por el monacato
altomedieval y adaptados al cristianismo.
La Edad Media realizó una curiosa combinación entre la
diversidad y la unidad. La diversidad fue el nacimiento de las incipientes
naciones... La unidad, o una determinada unidad, procedía de la religión
cristiana, que se impuso en todas partes... esta religión reconocía la
distinción entre clérigos y laicos, de manera que se puede decir que... señaló
el nacimiento de una sociedad laica. ... Todo esto significa que la Edad Media
fue el período en que apareció y se construyó Europa.8
Esa misma Europa Occidental produjo una impresionante
sucesión de estilos artísticos (prerrománico, románico y gótico), que en las
zonas fronterizas se mestizaron también con el arte islámico (mudéjar, arte
andalusí, arte árabe-normando) o con el arte bizantino.
Artículo principal: Arte medieval.
La ciencia medieval no respondía a una metodología moderna,
pero tampoco lo había hecho la de los autores clásicos, que se ocuparon de la
naturaleza desde su propia perspectiva; y en ambas edades sin conexión con el
mundo de las técnicas, que estaba relegado al trabajo manual de artesanos y
campesinos, responsables de un lento pero constante progreso en las
herramientas y procesos productivos. La diferenciación entre oficios viles y
mecánicos y profesiones liberales vinculadas al estudio intelectual convivió
con una teórica puesta en valor espiritual del trabajo en el entorno de los
monasterios benedictinos, cuestión que no pasó de ser un ejercicio piadoso, sobrepasado
por la mucho más trascendente valoración de la pobreza, determinada por la
estructura económica y social y que se expresó en el pensamiento económico
medieval.
Artículo principal: Medievalismo.
Medievalismo es tanto la cualidad o carácter de medieval,9
como el interés por la época y los temas medievales y su estudio; y
medievalista el especialista en estas materias. Nota 4 El descrédito de la Edad
Media fue una constante durante la Edad Moderna, en la que Humanismo,
Renacimiento, Racionalismo, Clasicismo e Ilustración se afirman como reacciones
contra ella, o más bien contra lo que entienden que significaba, o contra los
rasgos de su propio presente que intentan descalificar como pervivencias
medievales. No obstante desde fines del siglo XVI se producen interesantes
recopilaciones de fuentes documentales medievales que buscan un método crítico
para la ciencia histórica. El Romanticismo y el Nacionalismo del siglo XIX
revalorizaron la Edad Media como parte de su programa estético y como reacción
anti-académica (poesía y drama románticos, novela histórica, nacionalismo
musical, ópera), además de como única posibilidad de encontrar base histórica a
las emergentes naciones (pintura de historia, arquitectura historicista, sobre
todo el neogótico -labor restauradora y recreadora de Eugène Viollet-le-Duc- y
el neomudéjar). Los abusos románticos de la ambientación medieval (exotismo),
produjeron ya a mediados del siglo XIX la reacción del realismo.11Otro tipo de
abusos son los que dan lugar a una abundante literatura pseudo histórica que
llega hasta el presente, y que ha encontrado la fórmula del éxito mediático
entremezclando temas esotéricos sacados de partes más o menos oscuras de la
Edad Media (Archivo Secreto Vaticano, templarios, rosacruces, masones y el
mismísimo Santo Grial).Nota 5 Algunos de ellos se vincularon al nazismo, como
el alemán Otto Rahn. Por otro lado, hay abundancia de otros tipos de
producciones artísticas de ficción de diversa calidad y orientación inspiradas
en la Edad Media (literatura, cine, cómic). También se han desarrollado en el
siglo XX otros movimientos medievalistas: un medievalismo historiográfico
serio, centrado en la renovación metodológica (fundamentalmente por la
incorporación de la perspectiva económica y social aportada por el materialismo
histórico y la Escuela de los Annales) y un medievalismo popular (espectáculos
medievales, más o menos genuinos, como actualización del pasado en el que la
comunidad se identifica, lo que se ha venido en llamar memoria histórica).
Es impropio hablar de Edad Media en otras civilizaciones
Las grandes migraciones de la época de las invasiones
significaron paradójicamente un cierre al contacto de Occidente con el resto
del mundo. Muy pocas noticias tenían los europeos del milenio medieval (tanto
los de la cristiandad latina como los de la cristiandad oriental) de que,
aparte de la civilización islámica, que ejerció de puente pero también de
obstáculo entre Europa y el resto del Viejo Mundo, se desarrollaban otras
civilizaciones. Incluso un vasto reino cristiano como el de Etiopía, al quedar
aislado, se convirtió en el imaginario cultural en el mítico reino del Preste
Juan, apenas distinguible de las islas atlánticas de San Borondón y del resto
de las maravillas dibujadas en los bestiarios y los escasos, rudimentarios e
imaginativos mapas. El desarrollo marcadamente autónomo de China, la más
desarrollada civilización de la época (aunque volcada hacia su propio interior
y ensimismada en sus ciclos dinásticos: Sui, Tang, Song, Yuan y Ming), y la
escasez de contactos con ella (el viaje de Marco Polo, o la mucho más
importante expedición de Zheng He), que destacan justamente por lo inusuales y
por su ausencia de continuidad, no permiten denominar a los siglos V al XV de
su historia como historia medieval, aunque a veces se haga, incluso en
publicaciones especializadas, más o menos impropiamente.
La Historia de Japón (que durante este periodo estaba en
formación como civilización, adaptando las influencias chinas a la cultura
autóctona y expandiéndose desde las islas meridionales a las septentrionales),
a pesar de su mayor lejanía y aislamiento, suele ser paradójicamente más
asociada al término medieval; aunque tal denominación es acotada por la
historiografía, significativamente, a un periodo medieval que se localiza entre
los años 1000 y 1868, para adecuarse al denominado feudalismo japonés anterior
a la era Meiji (véase también shogunato, han y castillo japonés).
La Historia de la India o la del África negra a partir del
siglo VII contaron con una mayor o menor influencia musulmana, pero se
atuvieron a dinámicas propias bien diferentes (Sultanato de Delhi, Sultanato de
Bahmani, Imperio Vijayanagara–en la India– Imperio de Malí, Imperio Songhay –en
África negra–). Incluso llegó a producirse una destacada intervención sahariana
en el mundo mediterráneo occidental: el Imperio Almorávide.
De un modo todavía más claro, la Historia de América (que
atravesaba sus periodos clásico y postclásico) no tuvo ningún tipo de contacto
con el Viejo Mundo, más allá de la llegada de la denominada Colonización
vikinga en América que se limitó a una reducida y efímera presencia en
Groenlandia y la enigmática Vinland, o la posibles posteriores expediciones de
balleneros vascos en parecidas zonas del Atlántico Norte, aunque este hecho ha
de entenderse en el contexto del gran desarrollo de la navegación de los últimos
siglos de la Baja Edad media, ya encaminada a la Era de los Descubrimientos.
Lo que sí ocurrió, y puede considerarse como una constante
del periodo medieval, fue la periódica repetición de puntuales interferencias
centroasiáticas en Europa y el Próximo Oriente en forma de invasiones de
pueblos del Asia Central, destacadamente los turcos (köktürks, jázaros,
otomanos) y los mongoles (unificados por Gengis Kan) y cuya Horda de Oro estuvo
presente en Europa Oriental y conformó la personalidad de los estados
cristianos que se crearon, a veces vasallos y a veces resistentes, en las
estepas rusas y ucranianas. Incluso en una rara ocasión, la primitiva
diplomacia de los reinos europeos bajomedievales vio la posibilidad de utilizar
a los segundos como contrapeso a los primeros: la frustrada embajada de Ruy
González de Clavijo a la corte de Tamerlán en Samarcanda, en el contexto del
asedio mongol de Damasco, un momento muy delicado (1401-1406) en el que también
intervino como diplomático Ibn Jaldún. Los mongoles ya habían saqueado Bagdad
en una incursión de 1258.
El inicio de la Edad Media
Aunque se han propuesto varias fechas para el inicio de la
Edad Media, de las cuales la más extendida es la del año 476, lo cierto es que
no podemos ubicar el inicio de una manera tan exacta ya que la Edad Media no
nace, sino que "se hace" a consecuencia de todo un largo y lento
proceso que se extiende por espacio de cinco siglos y que provoca cambios
enormes a todos los niveles de una forma muy profunda que incluso repercutirán
hasta nuestros días. Podemos considerar que ese proceso empieza con la crisis
del siglo III, vinculada a los problemas de reproducción inherentes al modo de
producción esclavista, que necesitaba una expansión imperial continua que ya no
se producía tras la fijación del limes romano. Posiblemente también confluyeran
factores climáticos para la sucesión de malas cosechas y epidemias; y de un
modo mucho más evidente las primeras invasiones germánicas y sublevaciones
campesinas (bagaudas), en un periodo en que se suceden muchos breves y trágicos
mandatos imperiales. Desde Caracalla la ciudadanía romana estaba extendida a
todos los hombres libres del Imperio, muestra de que tal condición, antes tan
codiciada, había dejado de ser atractiva. El Bajo Imperio adquiere un aspecto
cada vez más medieval desde principios del siglo IV con las reformas de Diocleciano:
difuminación de las diferencias entre los esclavos, cada vez más escasos, y los
colonos, campesinos libres, pero sujetos a condiciones cada vez mayores de servidumbre,
que pierden la libertad de cambiar de domicilio, teniendo que trabajar siempre
la misma tierra; herencia obligatoria de cargos públicos -antes disputados en
reñidas elecciones- y oficios artesanales, sometidos a colegiación -precedente
de los gremios-, todo para evitar la evasión fiscal y la despoblación de las
ciudades, cuyo papel de centro de consumo y de comercio y de articulación de
las zonas rurales cada vez es menos importante. Al menos, las reformas
consiguen mantener el edificio institucional romano, aunque no sin intensificar
la ruralización y aristocratización (pasos claros hacia el feudalismo), sobre
todo en Occidente, que queda desvinculado de Oriente con la partición del
Imperio. Otro cambio decisivo fue la implantación del cristianismo como nueva
religión oficial por el Edicto de Tesalónica de Teodosio I el Grande (380)
precedido por el Edicto de Milán (313) con el que Constantino I el Grande
recompensó a los hasta entonces subversivos por su providencialista ayuda en la
Batalla del Puente Milvio (312), junto con otras presuntas cesiones más
temporales cuya fraudulenta reclamación (Pseudo-donación de Constantino) fue
una constante de los Estados Pontificios durante toda la Edad Media, incluso
tras la evidencia de su refutación por el humanista Lorenzo Valla (1440).
Ningún evento concreto -a pesar de la abundancia y
concatenación de hechos catastróficos- determinó por sí mismo el fin de la Edad
Antigua y el inicio de la Edad Media: ni los sucesivos saqueos de Roma (por los
godos de Alarico I en el410, por los vándalos en el 455, por las propias tropas
imperiales de Ricimero en 472, por los ostrogodos en 546), ni la pavorosa
irrupción de los hunos de Atila (450-452, con la Batalla de los Campos
Cataláunicos y la extraña entrevista con el papa León I el Magno), ni el
derrocamiento de Rómulo Augústulo (último emperador romano de Occidente, por Odoacro
el jefe de los hérulos -476-); fueron sucesos que sus contemporáneos
consideraran iniciadores de una nueva época. La culminación a finales del siglo
V de una serie de procesos de larga duración, entre ellos la grave dislocación
económica, las invasiones y el asentamiento de los pueblos germanos en el
Imperio romano, hizo cambiar la faz de Europa. Durante los siguientes 300 años,
la Europa Occidental mantuvo un período de unidad cultural, inusual para este
continente, instalada sobre la compleja y elaborada cultura del Imperio romano,
que nunca llegó a perderse por completo, y el asentamiento del cristianismo.
Nunca llegó a olvidarse la herencia clásica grecorromana, y la lengua latina,
sometida a transformación (latín medieval), continuó siendo la lengua de
cultura en toda Europa occidental, incluso más allá de la Edad Media. El
derecho romano y múltiples instituciones continuaron vivas, adaptándose de uno
u otro modo. Lo que se operó durante ese amplio periodo de transición (que
puede darse por culminado para el año800, con la coronación de Carlomagno) fue
una suerte de fusión con las aportaciones de otras civilizaciones y formaciones
sociales, en especial la germánica y la religión cristiana. En los siglos
siguientes, aún en la Alta Edad Media, serán otras aportaciones las que se
añadan, destacadamente el islam.
Alta Edad Media (siglos V al X)
Los reinos germanorromanos (siglos V al VIII)
¿Bárbaros?
Los bárbaros se desparraman furiosos... y el azote de la
peste no causa menos estragos, el tiránico exactor roba y el soldado saquea las
riquezas y las vituallas escondidas en las ciudades; reina un hambre tan
espantosa, que obligado por ella, el género humano devora carne humana, y hasta
las madres matan a sus hijos y cuecen sus cuerpos para alimentarse con ellos.
Las fieras aficionadas a los cadáveres de los muertos por la espada, por el
hambre y por la peste, destrozan hasta a los hombres más fuertes, y cebándose
en sus miembros, se encarnizan cada vez más para destrucción del género humano.
De esta suerte, exacerbadas en todo el orbe las cuatro plagas: el hierro, el
hambre, la peste y las fieras, se cumplen las predicciones que hizo el Señor
por boca de sus Profetas. Asoladas las provincias... por el referido
encruelecimiento de las plagas, los bárbaros, resueltos por la misericordia del
Señor a hacer la paz, se reparten a suertes las regiones de las provincias para
establecerse en ellas.
Hidacio, Chronicon (hacia 468)
El texto se refiere concretamente a Hispania y sus
provincias, y los bárbaros citados son específicamente los suevos, vándalos y
alanos, que en el 406 habían cruzado el limes del Rin (inhabitualmente helado)
a la altura de Maguncia y en torno al 409 habían llegado a la Península
Ibérica; pero la imagen es equivalente en otros momentos y lugares que el mismo
autor narra, del periodo entre 379 y 468.
Los pueblos germánicos procedentes de la Europa del Norte y
del Este, se encontraban en un estadio de desarrollo económico, social y
cultural obviamente inferior al del Imperio romano, al que ellos mismos
percibían admirativamente. A su vez eran percibidos con una mezcla de
desprecio, temor y esperanza (retrospectivamente plasmados en el influyente poema
Esperando a los bárbaros de Constantino Cavafis),16 e incluso se les atribuyó
un papel justiciero (aunque involuntario) desde un punto de vista
providencialista por parte de los autores cristianos romanos (Orosio, Salviano
de Marsella y San Agustín de Hipona).17 La denominación de bárbaros (βάρβαρος)
proviene de la onomatopeya bar-barcon la que los griegos se burlaban de los
extranjeros no helénicos, y que los romanos -bárbaros ellos mismos, aunque
helenizados- utilizaron desde su propia perspectiva. La denominación invasiones
bárbaras fue rechazada por los historiadores alemanes del siglo XIX, momento en
el que el término barbarie designaba para las nacientes ciencias sociales un
estadio de desarrollo cultural inferior a la civilización y superior al salvajismo.
Prefirieron acuñar un nuevo término: Völkerwanderung ("Migración de
Pueblos"),18 menos violento que invasiones, al sugerir el desplazamiento
completo de un pueblo con sus instituciones y cultura, y más general incluso
que invasiones germánicas, al incluir a hunos, eslavos y otros.
Los germanos, que disponían de instituciones políticas
peculiares, en concreto la asamblea de guerreros libres (thing) y la figura del
rey, recibieron la influencia de las tradiciones institucionales del Imperio y
la civilización grecorromana, así como la del cristianismo (aunque no siempre
del cristianismo católico o atanasiano, sino del arriano); y se fueron
adaptando a las circunstancias de su asentamiento en los nuevos territorios,
sobre todo a la alternativa entre imponerse como minoría dirigente sobre una
mayoría de población local o fusionarse con ella.
Los nuevos reinos germánicos conformaron la personalidad de
Europa Occidental durante la Edad Media, evolucionaron en monarquías feudales y
monarquías autoritarias, y con el tiempo, dieron origen a los estados-nación que
se fueron construyendo en torno a ellas. Socialmente, en algunos de estos
países (España o Francia), el origen germánico (godo o franco) pasó a ser un
rasgo de honor u orgullo de casta ostentado por la nobleza como distinción
sobre el conjunto de la población.
Las transformaciones del mundo romano
El Imperio romano había pasado por invasiones externas y
guerras civiles terribles en el pasado, pero a finales del siglo IV,
aparentemente, la situación estaba bajo control. Hacía escaso tiempo que
Teodosio había logrado nuevamente unificar bajo un solo centro ambas mitades
del Imperio (392) y establecido una nueva religión de Estado, el Cristianismo
niceno (Edicto de Tesalónica -380), con la consiguiente persecución de los
tradicionales cultos paganos y las heterodoxias cristianas. El clero cristiano,
convertido en una jerarquía de poder, justificaba ideológicamente a un Imperium
Romanum Christianum y a la dinastía Teodosiana como había comenzado a hacer ya
con la Constantiniana desde el Edicto de Milán (313).
Se habían encauzado los afanes de protagonismo político de
los más ricos e influyentes senadores romanos y de las provincias occidentales.
Además, la dinastía había sabido encauzar acuerdos con la poderosa aristocracia
militar, en la que se enrolaban nobles germanos que acudían al servicio del
Imperio al frente de soldados unidos por lazos de fidelidad hacia ellos. Al
morir en 395, Teodosio confió el gobierno de Occidente y la protección de su
joven heredero Honorio al general Estilicón, primogénito de un noble oficial
vándalo que había contraído matrimonio con Flavia Serena, sobrina del propio
Teodosio. Sin embargo, cuando en el 455 murió asesinado Valentiniano III, nieto
de Teodosio, una buena parte de los descendientes de aquellos nobles
occidentales (nobilissimus, clarissimus) que tanto habían confiado en los
destinos del Imperio parecieron ya desconfiar del mismo, sobre todo cuando en
el curso de dos decenios se habían podido dar cuenta de que el gobierno
imperial recluido en Rávena era cada vez más presa de los exclusivos intereses
e intrigas de un pequeño grupo de altos oficiales del ejército itálico. Muchos
de éstos eran de origen germánico y cada vez confiaban más en las fuerzas de
sus séquitos armados de soldados convencionales y en los pactos y alianzas
familiares que pudieran tener con otros jefes germánicos instalados en suelo
imperial junto con sus propios pueblos, que desarrollaban cada vez más una
política autónoma. La necesidad de acomodarse a la nueva situación quedó
evidenciada con el destino de Gala Placidia, princesa imperial rehén de los
propios saqueadores de Roma (el visigodo Alarico I y su primo Ataúlfo, con
quien finalmente se casó); o con el de Honoria, hija de la anterior (en
segundas nupcias con el emperador Constancio III) que optó por ofrecerse como
esposa al propio Atila enfrentándose a su propio hermano Valentiniano.
Necesitados de mantener una posición de predominio social y
económico en sus regiones de origen, reducidos sus patrimonios fundiarios a
dimensiones provinciales, y ambicionando un protagonismo político propio de su
linaje y de su cultura, los honestiores (los más honestos u honrados, los que
tienen honor), representantes de las aristocracias tardorromanas occidentales habrían
acabado por aceptar las ventajas de admitir la legitimidad del gobierno de
dichos reyes germánicos, ya muy romanizados, asentados en sus provincias. Al
fin y al cabo, éstos, al frente de sus soldados, podían ofrecerles bastante
mayor seguridad que el ejército de los emperadores de Rávena. Además, el
avituallamiento de dichas tropas resultaba bastante menos gravoso que el de las
imperiales, por basarse en buena medida en séquitos armados dependientes de la
nobleza germánica y alimentados con cargo al patrimonio fundiario provincial de
la que ésta ya hacía tiempo se había apropiado. Menos gravoso tanto para los
aristócratas provinciales como también para los grupos de humiliores (los más
humildes, los rebajados en tierra -humus-) que se agrupaban jerárquicamente en
torno a dichos aristócratas, y que, en definitiva, eran los que habían venido
soportando el máximo peso de la dura fiscalidad tardorromana. Las nuevas
monarquías, más débiles y descentralizadas que el viejo poder imperial, estaban
también más dispuestas a compartir el poder con las aristocracias provinciales,
máxime cuando el poder de estos monarcas estaba muy limitado en el seno mismo
de sus gentes por una nobleza basada en sus séquitos armados, desde su no muy
lejano origen en las asambleas de guerreros libres, de los que no dejaban de
ser primun inter pares.
Pero esta metamorfosis del Occidente romano en
romano-germano, no había sido consecuencia de una inevitabilidad claramente
evidenciada desde un principio; por el contrario, el camino había sido duro,
zigzagueante, con ensayos de otras soluciones, y con momentos en que parecía
que todo podía volver a ser como antes. Así ocurrió durante todo el siglo V, y
en algunas regiones también en el siglo VI como consecuencia, entre otras
cosas, de la llamada Recuperatio Imperii o Reconquista de Justiniano.
Los distintos reinos
Las invasiones bárbaras desde el siglo III habían demostrado
la permeabilidad del limes romano en Europa, fijado en el Rin y el Danubio. La
división del Imperio en Oriente y Occidente, y la mayor fortaleza del imperio
oriental o bizantino, determinó que fuera únicamente en la mitad occidental
donde se produjo el asentamiento de estos pueblos y su institucionalización
política como reinos.
Fueron los visigodos, primero como Reino de Tolosa y luego
como Reino de Toledo, los primeros en efectuar esa institucionalización,
valiéndose de su condición de federados, con la obtención de un foedus con el
Imperio, que les encargó la pacificación de las provincias de Galia e Hispania,
cuyo control estaba perdido en la práctica tras las invasiones del410 por
suevos, vándalos y alanos. De los tres, sólo los suevos lograron el
asentamiento definitivo en una zona: el Reino de Braga, mientras que los
vándalos se establecieron en el norte de África y las islas del Mediterráneo
Occidental, pero fueron al siglo siguiente eliminados por los bizantinos
durante la gran expansión territorial de Justiniano I (campañas de los
generales Belisario, del 533 al 544, y Narsés, hasta el 554). Simultáneamente
los ostrogodos consiguieron instalarse en Italia expulsando a los hérulos, que
habían expulsado a su vez de Roma al último emperador de Occidente. El Reino
Ostrogodo desapareció también frente a la presión bizantina de Justiniano I.
Un segundo grupo de pueblos germánicos se instala en Europa
Occidental en el siglo VI, de entre los que destaca el Reino franco de Clodoveo
y sus sucesores merovingios, que desplaza a los visigodos de las Galias,
forzándolos a trasladar su capital de Tolosa (Toulouse) a Toledo. También derrotaron
a burgundios y alamanes, absorbiendo sus reinos. Algo más tarde los lombardos
se establecen en Italia (568-9), pero serán derrotados a finales del siglo VIII
por los mismos francos, que reinstaurarán el Imperio con Carlomagno (año 800).
En Gran Bretaña se instalarán los anglos, sajones y jutos,
que crearán una serie de reinos rivales que serán unificados por los daneses
(un pueblo nórdico) en lo que terminará por ser el reino de Inglaterra.
Las instituciones
La monarquía germánica era en origen una institución
estrictamente temporal, vinculada estrechamente al prestigio personal del rey,
que no pasaba de ser un primus inter pares(primero entre iguales), que la
asamblea de guerreros libres elegía (monarquía electiva), normalmente para una
expedición militar concreta o para una misión específica. Las migraciones a que
se vieron sometidos los pueblos germánicos desde el siglo III hasta el siglo V
(encajonados entre la presión de los hunos al este y la resistencia del limes
romano al sur y oeste) fue fortaleciendo la figura del rey, al tiempo que se
entraba en contacto cada vez mayor con las instituciones políticas romanas, que
acostumbraban a la idea de un poder político mucho más centralizado y
concentrado en la persona del Emperador romano. La monarquía se vinculó a las
personas de los reyes de forma vitalicia, y la tendencia era a hacerse
monarquía hereditaria, dado que los reyes (al igual que habían hecho los
emperadores romanos) procuraban asegurarse la elección de su sucesor, la mayor
parte de las veces aún en vida y asociándolos al trono. El que el candidato
fuera el primogénito varón no era una necesidad, pero se terminó imponiendo
como una consecuencia obvia, lo que también era imitado por las demás familias
de guerreros, enriquecidos por la posesión de tierras y convertidos en linajes
nobiliarios que se emparentaban con la antigua nobleza romana, en un proceso
que puede denominarse feudalización. Con el tiempo, la monarquía se
patrimonializó, permitiendo incluso la división del reino entre los hijos del
rey.
El respeto a la figura del rey se reforzó mediante la
sacralización de su toma de posesión (unción con los sagrados óleos por parte
de las autoridades religiosas y uso de elementos distintivos como orbe, cetro y
corona, en el transcurso de una elaborada ceremonia: la coronación) y la
adición de funciones religiosas (presidencia de concilios nacionales, como los
Concilios de Toledo) y taumatúrgicas (toque real de los reyes de Francia para
la cura de la escrófula). El problema se suscitaba cuando llegaba el momento de
justificar la deposición de un rey y su sustitución por otro que no fuera su
sucesor natural. Los últimos merovingios no gobernaban por sí mismos, sino
mediante los cargos de su corte, entre los que destacaba el mayordomo de palacio.
Únicamente tras la victoria contra los invasores musulmanes en la batalla de
Poitiers el mayordomo Carlos Martel se vio justificado para argumentar que la
legitimidad de ejercicio le daba méritos suficientes para fundar él mismo su
propia dinastía: la carolingia. En otras ocasiones se recurría a soluciones más
imaginativas (como forzar la tonsura -corte eclesiástico del pelo- del rey
visigodo Wamba (rey) para incapacitarle).
Los problemas de convivencia entre las minorías germanas y
las mayorías locales (hispano-romanas, galo-romanas, etc.) fueron solucionados
con más eficacia por los reinos con más proyección en el tiempo (visigodos y
francos) a través de la fusión, permitiendo los matrimonios mixtos, unificando
la legislación y realizando la conversión al catolicismo frente a la religión
originaria, que en muchos casos ya no era el paganismo tradicional germánico,
sino el cristianismo arriano adquirido en su paso por el Imperio Oriental.
Algunas características propias de las instituciones
germanas se conservaron: una de ellas el predominio del derecho consuetudinario
sobre el derecho escrito propio del Derecho romano. No obstante los reinos
germánicos realizaron algunas codificaciones legislativas, con mayor o menor
influencia del derecho romano o de las tradiciones germánicas, redactadas en
latín a partir del siglo V (leyes teodoricianas, edicto de Teodorico, Código de
Eurico, Breviario de Alarico). El primer código escrito en lengua germánica fue
el del rey Ethelberto de Kent, el primero de los anglosajones en convertirse al
cristianismo (comienzos del siglo VI). El visigótico Liber Iudicorum
(Recesvinto, 654) y la franca Ley Sálica (Clodoveo, 507-511) mantuvieron una
vigencia muy prolongada por su consideración como fuentes del derecho en las
monarquías medievales y del Antiguo Régimen.19
La cristiandad latina y los bárbaros
La expansión del cristianismo entre los bárbaros, el
asentamiento de la autoridad episcopal en las ciudades y del monacato en los
ámbitos rurales (sobre todo desde la regla de San Benito de Nursia -monasterio
de Montecassino, 529-), constituyeron una poderosa fuerza fusionadora de
culturas y ayudó a asegurar que muchos rasgos de la civilización clásica, como
el derecho romano y el latín, pervivieran en la mitad occidental del Imperio, e
incluso se expandiera por Europa Central y septentrional. Los francos se
convirtieron al catolicismo durante el reinado de Clodoveo I (496 ó 499) y, a
partir de entonces, expandieron el cristianismo entre los germanos del otro
lado del Rin. Los suevos, que se habían hecho cristianos arrianos con
Remismundo(459-469), se convirtieron al catolicismo con Teodomiro (559-570) por
las predicaciones de San Martín de Dumio. En ese proceso se habían adelantado a
los propios visigodos, que habían sido cristianizados previamente en Oriente en
la versión arriana (en el siglo IV), y mantuvieron durante siglo y medio la
diferencia religiosa con los católicos hispano-romanos incluso con luchas
internas dentro de la clase dominante goda, como demostró la rebelión y muerte
de San Hermenegildo (581-585), hijo del rey Leovigildo). La conversión al
catolicismo de Recaredo (589) marcó el comienzo de la fusión de ambas
sociedades, y de la protección regia al clero católico, visualizada en los
Concilios de Toledo (presididos por el propio rey). Los años siguientes vieron
un verdadero renacimiento visigodo20 con figuras de la influencia de san
Isidoro de Sevilla (y sus hermanos Leandro, Fulgencio y Florentina, los cuatro
santos de Cartagena), Braulio de Zaragoza o Ildefonso de Toledo, de gran
repercusión en el resto de Europa y en los futuros reinos cristianos de la
Reconquista (véase cristianismo en España, monasterio en España, monasterio
hispano y liturgia hispánica). Los ostrogodos, en cambio, no dispusieron de
tiempo suficiente para realizar la misma evolución en Italia. No obstante, del
grado de convivencia con el papado y los intelectuales católicos fue muestra
que los reyes ostrogodos los elevaban a los cargos de mayor confianza (Boecio y
Casiodoro, ambos magister officiorum con Teodorico el Grande), aunque también
de lo vulnerable de su situación (ejecutado el primero -523- y apartado por los
bizantinos el segundo -538-). Sus sucesores en el dominio de Italia, los
también arrianos lombardos, tampoco llegaron a experimentar la integración con
la población católica sometida, y su divisiones internas hicieron que la
conversión al catolicismo del rey Agilulfo (603) no llegara a tener mayores
consecuencias.
El cristianismo fue llevado a Irlanda por San Patricio a
principios del siglo V, y desde allí se extendió a Escocia, desde donde un
siglo más tarde regresó por la zona norte a una Inglaterra abandonada por los
cristianos britones a los paganos pictos y escotos (procedentes del norte de
Gran Bretaña) y a los también paganos germanos procedentes del continente
(anglos, sajones y jutos). A finales del siglo VI, con el Papa Gregorio Magno,
también Roma envió misioneros a Inglaterra desde el sur, con lo que se
consiguió que en el transcurso de un siglo Inglaterra volviera a ser cristiana.
A su vez, los britones habían iniciado una emigración por
vía marítima hacia la península de Bretaña, llegando incluso hasta lugares tan
lejanos como la costa cantábrica entre Galicia y Asturias, donde fundaron la
diócesis de Britonia. Esta tradición cristiana se distinguía por el uso de la
tonsura céltica o escocesa, que rapaba la parte frontal del pelo en vez de la
coronilla.
La supervivencia en Irlanda de una comunidad cristiana
aislada de Europa por la barrera pagana de los anglosajones, provocó una
evolución diferente al cristianismo continental, lo que se ha denominado
cristianismo celta. Conservaron mucho de la antigua tradición latina, que
estuvieron en condiciones de compartir con Europa continental apenas la oleada
invasora se hubo calmado temporalmente. Tras su extensión a Inglaterra en el
siglo VI, los irlandeses fundaron en el siglo VII monasterios en Francia, en
Suiza (Saint Gall), e incluso en Italia, destacándose particularmente los
nombres de Columba y Columbano. Las Islas Británicas fueron durante unos tres
siglos el vivero de importantes nombres para la cultura: el historiador Beda el
Venerable, el misionero Bonifacio de Alemania, el educador Alcuino de York, o
el teólogo Juan Escoto Erígena, entre otros. Tal influencia llega hasta la
atribución de leyendas como la deSanta Úrsula y las Once Mil Vírgenes, bretona
que habría efectuado un extraordinario viaje entre Britania y Roma para acabar
martirizada en Colonia.21
Otras cristianizaciones medievales
Por su parte, la extensión del cristianismo entre los
búlgaros y la mayor parte de los pueblos eslavos (serbios, moravos y los
pueblos de Crimea y este pasucranianas y rusas -Vladimiro I de Kiev, año 988-)
fue muy posterior, y a cargo del Imperio bizantino, con lo que se hizo con el
credo ortodoxo(predicaciones de Cirilo y Metodio, siglo IX); mientras que la
evangelización de otros pueblos de Europa Oriental (el resto de los eslavos
-polacos, eslovenos y croatas-, bálticos y húngaros -San Esteban I de Hungría,
hacia el año 1000-) y de los pueblos nórdicos (vikingos escandinavos) se hizo
por el cristianismo latino partiendo de Europa Central, en un periodo todavía
más tardío (hasta los siglos XI y XII); permitiendo (especialmente la
conversión de Hungría) las primeras peregrinaciones por vía terrestre a Tierra
Santa.22
Es una locura creer en los dioses.
Saga de Hrafnkell, sacerdote de Frey (Islandia, compuesta a
finales del siglo XIII, pero ambientada en época precristiana).
Los jázaros, un caso peculiar
Los jázaros eran un pueblo turco procedente del Asia central
(donde se había formado desde el siglo VI el imperio de los Köktürks) que en su
parte occidental había dado origen a un importante estado que dominaba el
Cáucaso y las estepas rusas y ucranianas hasta Crimea en el siglo VII. Su clase
dirigente se convirtió mayoritariamente al judaísmo, peculiaridad religiosa que
lo convertía en un vecino excepcional entre el califato islámico de Damasco y
el imperio cristiano de Bizancio.
El Imperio bizantino (siglos IV al XV)
La división entre Oriente y Occidente fue, además de una
estrategia política (inicialmente de Diocleciano -286- y hecha definitiva con
Teodosio -395-), un reconocimiento de la diferencia esencial entre ambas
mitades del Imperio. Oriente, en sí mismo muy diverso (Tracia -Península
Balcánica-, Asia-Anatolia, Cáucaso, Siria, Palestina y la frontera mesopotámica
con los persas- y Egipto), era la parte más urbanizada y con economía más
dinámica y comercial, frente a un Occidente en vías de feudalización,
ruralizado, con una vida urbana en decadencia, mano de obra esclava cada vez
más escasa y la aristocracia cada vez más ajena a las estructuras del poder
imperial y recluida en sus lujosas villae autosuficientes, cultivadas por
colonos en régimen similar a la servidumbre. La lingua franca en Oriente era el
griego, frente al latín de Occidente. En la implantación de la jerarquía
cristiana, Oriente disponía de todos los patriarcados de la Pentarquía menos el
de Roma (Alejandría, Antioquía y Constantinopla, a los que se añadió Jerusalén
tras el concilio de Calcedonia de 451); incluso la primacía romana (sede
pontificia o cátedra de San Pedro) era un hecho discutido.
La supervivencia de Roma en Oriente no dependía de la suerte
de Occidente, mientras que lo contrario sí: de hecho, los emperadores
orientales optaron por sacrificar la ciudad de Rómulo y Remo -que ya ni
siquiera era la capital occidental- cuando lo consideraron conveniente, abandonándola
a su suerte o incluso desplazando hacia ella a los bárbaros más agresivos, lo
que precipitó su caída.
La restauración imperial de Justiniano
Justiniano I consolidó la frontera del Danubio y, desde 532
logró un equilibrio en la frontera con la Persia sasánida, lo que le permitió
desplazar los esfuerzos bizantinos hacia el Mediterráneo, reconstruyendo la
unidad del Mare Nostrum: En 533, una expedición del general Belisario aniquila
a los vándalos (batalla de Ad Decimum y batalla de Tricamarum) incorporando la
provincia de África y las islas del Mediterráneo Occidental (Cerdeña, Córcega y
las Baleares). En 535 Mundus ocupó Dalmacia y Belisario Sicilia.Narsés elimina
a los ostrogodos de Italia en 554-555. Rávena volvió a ser una ciudad imperial,
donde se conservarán los fastuosos mosaicos de San Vital. Liberio sólo
consiguió desplazar a los visigodos de la costa sureste de la Península Ibérica
y de la provincia Bética.
En Constantinopla se iniciaron dos programas ambiciosos y de
prestigio con el fin de asentar la autoridad imperial: uno de recopilación
legislativa: el Digesto, dirigido por Triboniano (publicado en 533), y otro
constructivo: la Iglesia de Santa Sofía, de los arquitectos Antemio de Tralles
e Isidoro de Mileto (levantada entre el 532 y el 537). Un símbolo de la
civilización clásica fue clausurado: la Academia de Atenas (529).Nota 6 Otro,
las carreras de cuadrigas siguieron siendo una diversión popular que levantaba
pasiones. De hecho, eran utilizadas políticamente, expresando el color de cada
equipo divergencias religiosas (un precoz ejemplo de movilizaciones populares
utilizando colores políticos). La revuelta de Niká (534) estuvo a punto de
provocar la huida del emperador, que evitó la emperatriz Teodora con su famosa
frase la púrpura es un glorioso sudario.
Crisis, supervivencia y helenización del Imperio
Los siglos VII y VIII representaron para Bizancio una edad
oscura similar a la de occidente, que incluyó también una fuerte ruralización y
feudalización en lo social y económico y una pérdida de prestigio y control
efectivo del poder central. A las causas internas se sumó la renovación de la
guerra con los persas, nada decisiva pero especialmente extenuante, a la que
siguió la invasión musulmana, que privó al Imperio de las provincias más ricas:
Egipto y Siria. No obstante, en el caso bizantino, la disminución de la
producción intelectual y artística respondía además a los efectos particulares
de la querella iconoclasta, que no fue un simple debate teológico entre iconoclastas
e iconódulos, sino un enfrentamiento interno desatado por el patriarcado de
Constantinopla, apoyado por el emperador León III, que pretendía acabar con la
concentración de poder e influencia política y religiosa de los poderosos
monasterios y sus apoyos territoriales (puede imaginarse su importancia viendo
cómo ha sobrevivido hasta la actualidad el Monte Athos, fundado más de un siglo
después, en 963).
La recuperación de la autoridad imperial y la mayor
estabilidad de los siglos siguientes trajo consigo también un proceso de helenización,
es decir, de recuperación de la identidad griega frente a la oficial entidad
romana de las instituciones, cosa más posible entonces, dada la limitación y
homogeneización geográfica producida por la pérdida de las provincias, y que
permitía una organización territorial militarizada y más fácilmente
gestionable: los temas (themata) con la adscripción a la tierra de los
militares en ellos establecidos, lo que produjo formas similares al feudalismo
occidental.
El periodo entre 867 y 1056, bajo la dinastía macedonia, se
conoce con el nombre de Renacimiento Macedónico, en que Bizancio vuelve a ser
una potencia mediterránea y se proyecta hacia los pueblos eslavos de los Balcanes
y hacia el norte del Mar Negro. Basilio II Bulgaróctono que ocupó el trono en
el período 976-1025 llevó al Imperio a su máxima extensión territorial desde la
invasión musulmana, ocupando parte de Siria, Crimea y los Balcanes hasta el
Danubio. La evangelización de Cirilo y Metodio obtendrá una esfera de
influencia bizantina enEuropa Oriental que cultural y religiosamente tendrá una
gran proyección futura mediante la difusión del alfabeto cirílico(adaptación
del alfabeto griego para la representación de los fonemas eslavos, que se sigue
utilizando en la actualidad); así como la del cristianismo ortodoxo
(predominante desde Serbia hasta Rusia).
Sin embargo, la segunda mitad del siglo XI presenciará un
nuevo desafío islámico, esta vez protagonizado por los turcos selyúcidas y la
intervención del Papado y de los europeos occidentales, mediante la
intervención militar de las Cruzadas, la actividad comercial de los mercaderes
italianos (genoveses, amalfitanos, pisanos y sobre todo venecianos)24 y las
polémicas teológicas del denominado Cisma de Oriente o Gran Cisma de Oriente y
Occidente, con lo que la teórica ayuda cristiana se demostró tan negativa o más
para el Imperio Oriental que la amenaza musulmana. El proceso de feudalización
se acentuó al verse forzados los emperadores Comneno a realizar cesiones
territoriales (denominadas pronoia) a la aristocracia y a miembros su propia
familia.25
La expansión del islam (desde el siglo VII)
En el siglo VII, tras las predicaciones de Mahoma y las
conquistas de los primeros califas (a la vez líderes políticos y religiosos, en
una religión –el islamismo- que no reconoce distinciones entre laicos y
clérigos), se había producido la unificación de Arabia y la conquista del
Imperio persa y de buena parte del Imperio bizantino. En el siglo VIII se llegó
a la Península Ibérica, la India y el Asia Central (batalla del Talas -751-
victoria islámica ante China tras la que no se profundizó en ese Imperio, pero
que permitió un mayor contacto con su civilización, aprovechando los
conocimientos de los prisioneros). En el occidente la expansión musulmana se
frenó desde la batalla de Poitiers (732) ante los francos y la mitificada
batalla de Covadonga ante los asturianos (722). La presencia de los musulmanes
como una civilización rival alternativa asentada en la mitad sur de la cuenca
del Mediterráneo, cuyo tráfico marítimo pasan a controlar, obligó al cierre en
sí misma de Europa Occidental por varios siglos, y para algunos historiadores
significó el verdadero comienzo de la Edad Media.
Desde el siglo VIII se produjo una difusión más lenta de la
civilización islámica por sitios tan lejanos como Indonesia y el continente
africano, y desde el siglo XIV por Anatolia y los Balcanes. Las relaciones con
la India fueron también muy estrechas durante el resto de la Edad Media (aunque
la imposición del imperio mogol no se produjo hasta el siglo XVI), mientras que
el Océano Índico se convirtió casi en un Mare Nostrum árabe, donde se
ambientaron las aventuras de Simbad el marino (uno de los cuentos de Las mil y
una noches de la época de Harún al-Rashid).27 El tráfico comercial de las rutas
marítimas y caravaneras unían el Índico con el Mediterráneo a través del Mar
Rojo o el Golfo Pérsico y las caravanas del desierto. Esa llamada ruta de las
especias (prefigurada por la ruta del incienso en la Edad Antigua) fue esencial
para que llegaran a occidente retazos de la ciencia y la cultura de Extremo
Oriente. Por el norte, la ruta de la seda cumplió la misma función atravesando
los desiertos y las cordilleras del Turquestán. El ajedrez, la numeración
indo-arábiga y el concepto de cero, así como algunas obras literarias (Calila e
Dimna) estuvieron entre los aportes hindúes y persas. El papel, el grabado o la
pólvora, entre las chinas. La función de los árabes, y de los persas, sirios,
egipcios y españoles arabizados (no sólo islámicos, pues hubo muchos que
mantuvieron su religión cristiana o judía -no tanto la zoroastriana-) distó
mucho de ser mera transmisión, como testimonia la influencia de la
reinterpretación de la filosofía clásica que llegó a través de los textos
árabes a Europa Occidental a partir de las traducciones latinas desde el siglo
XII, y la difusión de cultivos y técnicas agrícolas por la región mediterránea.
En un momento en que estaban prácticamente ausentes de la economía europea,
destacaron las prácticas comerciales y la circulación monetaria en el mundo
islámico, animadas por la explotación de minas de oro tan lejanas como las del
África subsahariana, junto con otro tipo de actividades, como el tráfico de
esclavos.
La unidad inicial del mundo islámico, que se había
cuestionado ya en el aspecto religioso con la separación de suníes y chiíes, se
rompió también en lo político con la sustitución de los Omeyas por los Abbasíes
al frente del califato en el 749, que además sustituyeron Damasco por Bagdad
como capital. Abderramán I, el último superviviente Omeya, consiguió fundar en Córdoba
un emirato independiente para Al-Ándalus (nombre árabe de la Península
Ibérica), que su descendiente Abderramán III convirtió en un califato
alternativo en el 929. Poco antes, en el 909 los Fatimíes habían hecho lo
propio en Egipto. A partir del siglo XI se producen cambios muy importantes: el
desafío a la hegemonía árabe como etnia dominante dentro del islam a cargo de
los islamizados turcos, que pasarán a controlar distintas zonas del Medio
Oriente (mamelucos, otomanos), o de kurdos como Saladino; la irrupción de los
cristianos latinos en tres puntos clave del Mediterráneo (reinos cristianos de
la Reconquista en Al Ándalus, normandos en el sur de Italia y cruzados en Siria
y Palestina); y la de los mongoles desde el centro de Asia.
Los eruditos como al-Biruni, al-Jahiz, al-Kindi, Abu Bakr
Muhammad al-Razi, Ibn Sina, al-Idrisi, Ibn Bajja,Omar Khayyam, Ibn Zuhr, Ibn
Tufail, Ibn Rushd, al-Suyuti, y miles de otros académicos no fueron una
excepción, sino la norma general en la civilización musulmana. La civilización
musulmana del periodo clásico fue destacable por el elevado número de eruditos
polifacéticos que produjo. Es una muestra de la homogeneidad de la filosofía
islámica sobre la ciencia, y su énfasis sobre la síntesis, las investigaciones
interdisciplinares y la multiplicidad de métodos.2
Ziauddin Sardar
Al-Andalus (siglo VIII al XV)
Hacia el siglo VIII, la situación política europea se había
estabilizado. En oriente, el Imperio bizantino era fuerte otra vez, gracias a
una serie de emperadores competentes. En occidente, algunos reinos aseguraban
relativa estabilidad a varias regiones: Northumbria a Inglaterra, Visigotia a
España, Lombardía a Italia, y el Reino Franco a la Galia. En realidad, el
"reino franco" era un compuesto de tres reinos: Austrasia, Neustria
yAquitania.
El Imperio carolingio surge de las bases creadas por los
predecesores de Carlomagno desde principios del siglo VIII (Carlos Martel y
Pipino el Breve). La proyección de sus fronteras a través de una gran parte de
la Europa Occidental permitió a Carlos la aspiración de reconstruir la
extensión del antiguo Imperio romano Occidental, siendo la primera entidad
política de la Edad Media que estuvo en condiciones de convertirse en una
potencia continental. Aquisgrán (Aachen en alemán, Aix-la Chapelle en francés)
fue elegida como capital, en una situación central y suficientemente alejada de
Italia, que a pesar de ser liberada del dominio de los longobardos y de las
teóricas reivindicaciones bizantinas, conservó una gran autonomía que llegaba a
la soberanía temporal con la cesión de unos incipientes estados papales (el
Patrimonium Petri o Patrimonio de San Pedro, que incluía Roma y buena parte del
centro de Italia). Como resultado de la estrecha vinculación entre el
pontificado y la dinastía carolingia, que se legitimaban y defendían mutuamente
ya por tres generaciones, el papa León III reconoció las pretensiones
imperiales de Carlomagno con una coronación en extrañas circunstancias, el día
de Navidad del año 800.
Se crearon las marcas para fijar las fronteras ante los
enemigos exteriores (árabes en la Marca Hispánica, sajones en la Marca Sajona,
bretones en la Marca Bretona, lombardos -hasta su derrota- en la Marca Lombarda
y bávaros en la Marca Ávara; posteriormente también se creó una para los
magiares: la Marca del Friuli). El territorio interior fue organizado en
condados y ducados(unión de varios condados o marcas). Los funcionarios que los
dirigían (condes, marqueses yduques) eran vigilados por inspectores temporales
(los missi dominici -enviados del señor-), y se procuraba que no se heredaran
para evitar que quedaran patrimonializados en una familia (cosa, que con el
tiempo, no pudo evitarse). La consignación de tierras junto con los cargos,
pretendía sobre todo el mantenimiento de la costosa caballería pesada y los
nuevos caballos de batalla(destreros, introducidos desde Asia en el siglo VII,
que se empleaban de una manera completamente distinta a la caballería antigua,
con estribos, aparatosas sillas y que podían sostener armaduras).29 Tal proceso
estuvo en el origen del nacimiento de los feudos que había que ceder a cada militar
de acuerdo con su rango, hasta la unidad básica: el caballero que ejercía de
señor sobre un territorio, se quedaba para su mantenimiento con una reserva
señorialy dejaba los [[mansos para sus siervos, que estaban obligados a
cultivar la reserva con prestaciones gratuitas de trabajo a cambio de la
protección militar y el mantenimiento del orden y la justicia, que eran las
funciones del señor. Lógicamente, los feudos en sus distintos niveles sufrieron
la misma transformación patrimonial que marcas y condados, estableciendo una
red piramidal de fidelidades que es el origen del vasallaje feudal.
Carlomagno negoció de igual a igual con otras grandes
potencias de la época, como el Imperio bizantino, el Emirato de Córdoba, y el
Califato Abasida. Aunque él mismo, ya en edad adulta, no sabía escribir (cosa
habitual en la época, en que únicamente algunos clérigos lo hacían), Carlomagno
siguió una política de prestigio cultural y un notable programa artístico.
Pretendió rodearse de una corte de sabios e iniciar un programa educativo
basado en el trivium y elquadrivium, para lo que mandó llamar a la
intelectualidad de su tiempo a sus dominios impulsando, con la colaboración de
Alcuino de York, el llamado Renacimiento carolingio. Dentro de este empeño
educativo ordenó a sus nobles aprender a escribir, cosa que él mismo intentó,
aunque nunca consiguió hacerlo con soltura.30
División y hundimiento
Muerto Carlomagno en 814, toma el poder su hijo Ludovico
Pío. Los hijos de éste: Carlos el Calvo (Francia occidental), Luis el Germánico
(Francia oriental) y Lotario I (primogénito y heredero del título imperial), se
enfrentaron militarmente disputándose los diferentes territorios del imperio,
que, más allá de las alianzas aristocráticas, manifestaban distintas
personalidades, interpretables desde una perspectiva protonacional (idiomas
diferentes -hacia el sur y oeste se imponían las lenguas romances que se
comenzaban a diferenciar del latín vulgar, hacia el norte y este las lenguas
germánicas, como testimoniaban los previos Juramentos de Estrasburgo-,
costumbres, tradiciones e instituciones propias -romanas hacia el sur, germanas
hacia el norte-). Esta situación no concluyó ni siquiera en el 843tras el
Tratado de Verdún, puesto que la posterior división del reino de Lotario entre
sus hijos (la Lotaringia, franja central desde los Países Bajoshasta Italia,
pasando por la región del Rin, Borgoña y Provenza) llevó a los tíos de éstos
-Carlos y Luis-, a otro reparto (el Tratado de Mersen -870) que simplificaba
las fronteras (dejando únicamente Italia y Provenza en manos de su sobrino el
emperador Luis II el Joven -cuyo cargo no suponía más primacía que la
honorífica-), pero no condujo a una mayor concentración de poder en manos de
esos monarcas, débiles y en manos de la nobleza territorial. En algunas
regiones, el pacto no era más que una entelequia, puesto que la costa del Mar
del Norte estaba ocupada por los vikingos. Incluso en las zonas teóricamente
controladas, las posteriores herencias y luchas internas entre los sucesivos
reyes y emperadores carolingios subdividieron y reunificaron los territorios de
manera casi aleatoria.
La división, sumada al proceso institucional de
descentralización inherente al sistema feudal, en ausencia de fuertes poderes
centrales, y al debilitamiento preexistente de las estructuras sociales y
económicas, hizo que la siguiente oleada de invasiones bárbaras, sobre todo las
protagonizadas por magiares y vikingos, sumieran de nuevo a Europa Occidental
en el caos de una nueva edad oscura.
El sistema feudal
Uso del término «feudalismo»
El fracaso del proyecto político centralizador de Carlomagno
llevó, en ausencia de ese contrapeso, a la formación de de un sistema político,
económico y social que los historiadores han convenido en llamar feudalismo,
aunque en realidad el nombre nació como un peyorativo para designar del Antiguo
Régimen por parte de sus críticos ilustrados. La Revolución francesa suprimió
solemnemente "todos los derechos feudales" en la noche del 4 de
agosto de 1789 y "definitivamente el régimen feudal", con el decreto
del 11 de agosto.
La generalización del término permite a muchos historiadores
aplicarlo a las formaciones sociales de todo el territorio europeo occidental,
pertenecieran o no al Imperio carolingio. Los partidarios de un uso restringido,
argumentando la necesidad de no confundir conceptos como feudo, villae, tenure,
o señorío lo limitan tanto en espacio (Francia, Oeste de Alemania y Norte de
Italia) como en el tiempo: un "primer feudalismo" o "feudalismo
carolingio" desde el siglo VIII hasta el año 1000 y un "feudalismo
clásico" desde el año 1000 hasta el 1240, a su vez dividido en dos épocas,
la primera, hasta el 1160 (la más descentralizada, en que cada señor de
castillo podía considerarse independiente, y se produce el proceso denominado
in castellamento); y la segunda, la propia de la "monarquía feudal").
Habría incluso "feudalismos de importación": la Inglaterra normanda
desde 1066 y los estados latinos de oriente creados durante las Cruzadas
(siglos XII y XIII).31
Otros prefieren hablar de "régimen" o
"sistema feudal", para diferenciarlo sutilmente del feudalismo
estricto, o de síntesis feudal, para marcar el hecho de que sobreviven en ella
rasgos de la antigüedad clásica mezclados con contribuciones germánicas,
implicando tanto a instituciones como a elementos productivos, y significó la
especificidad del feudalismo europeo occidental como formación económico social
frente a otras también feudales, con consecuencias trascendentales en el futuro
devenir histórico. Más dificultades hay para el uso del término cuando nos
alejamos más: Europa Oriental experimenta un proceso de
"feudalización" desde finales de la Edad Media, justo cuando en
muchas zonas de Europa Occidental los campesinos se liberan de las formas
jurídicas de la servidumbre, de modo que suele hablarse del feudalismo polaco o
ruso. El Antiguo Régimen en Europa, el islam medieval o el Imperio bizantino
fueron sociedades urbanas y comerciales, y con un grado de centralización
política variable, aunque la explotación del campo se realizaba con relaciones
sociales de producción muy similares al feudalismo medieval. Los historiadores
que aplican la metodología del materialismo histórico (Marx definió el modo de
producción feudal como el estadio intermedio entre el esclavista y el
capitalista) no dudan en hablar de "economía feudal" para referirse a
ella, aunque también reconocen la necesidad de no aplicar el término a
cualquier formación social preindustrial no esclavista, puesto que a lo largo
de la historia y de la geografía han existido otros modos de producción también
previstos en la modelización marxista, como el modo de producción primitivo de
las sociedades poco evolucionadas, homogéneas y con escasa división social
-como las de los mismos pueblos germánicos previamente a las invasiones- y el
modo de producción asiático o despotismo hidráulico -Egipto faraónico, reinos
de la India o Imperio chino- caracterizado por la tributación de las aldeas
campesinas a un estado muy centralizado.32 En lugares aún más lejanos se ha llegado
a utilizar el término feudalismo para describir una época. Es el caso de Japón
y el denominado feudalismo japonés, dadas las innegables similitudes y
paralelismos que la nobleza feudal europea y su mundo tiene con los samuráis y
el suyo. También se ha llegado a aplicarlo a la situación histórica de los
periodos intermedios de la historia de Egipto, en los que, siguiendo un ritmo
cíclico milenario, decae el poder central y la vida en las ciudades, la
anarquía militar rompe la unidad de las tierras del Nilo, y los templos y
señores locales que alcanzan a controlar un espacio de poder gobiernan en él de
manera independiente sobre los campesinos obligados al trabajo.
El vasallaje y el feudo
Dos instituciones eran claves para el feudalismo: por un
lado el vasallaje como relación jurídico-política entre señor y vasallo, un contrato
sinalagmático (es decir, entre iguales, con requisitos por ambas partes) entre
señores y vasallos (ambos hombres libres, ambos guerreros, ambos nobles),
consistente en el intercambio de apoyos y fidelidades mutuas (dotación de
cargos, honores y tierras -el feudo- por el señor al vasallo y compromiso de
auxilium et consilium -auxilio o apoyo militar y consejo o apoyo político-),
que si no se cumplía o se rompía por cualquiera de las dos partes daba lugar a
la felonía, y cuya jerarquía se complicaba de forma piramidal (el vasallo era a
su vez señor de vasallos); y por otro lado el feudo como unidad económica y de
relaciones sociales de producción, entre el señor del feudo y sus siervos, no
un contrato igualitario, sino una imposición violenta justificada
ideológicamente como un do ut des de protección a cambio de trabajo y sumisión.
Por tanto, la realidad que se enuncia como relaciones
feudo-vasalláticas es realmente un término que incluye dos tipos de relación
social de naturaleza completamente distinta, aunque los términos que las
designan se empleaban en la época (y se siguen empleando) de manera equívoca y
con gran confusión terminológica entre ellos:
El vasallaje era un pacto entre dos miembros de la nobleza
de distinta categoría. El caballero de menor rango se convertía en vasallo
(vassus) del noble más poderoso, que se convertía en su señor (dominus) por
medio del Homenaje e Investidura, en una ceremonia ritualizada que tenía lugar en
la torre del homenaje del castillo del señor. El homenaje (homage) -del vasallo
al señor- consistía en la postración o humillación -habitualmente de rodillas-,
el osculum (beso), la inmixtio manum -las manos del vasallo, unidas en posición
orante, eran acogidas entre las del señor-, y alguna frase que reconociera
haberse convertido en su hombre. Tras el homenaje se producía la investidura
-del señor al vasallo-, que representaba la entrega de un feudo (dependiendo de
la categoría de vasallo y señor, podía ser un condado, un ducado, una marca, un
castillo, una población, o un simple sueldo; o incluso un monasterio si el
vasallaje era eclesiástico) a través de un símbolo del territorio o de la
alimentación que el señor debe al vasallo -un poco de tierra, de hierba o de
grano- y del espaldarazo, en el que el vasallo recibe una espada (y unos golpes
con ella en los hombros), o bien un báculo si era religioso.
La encomienda, encomendación o patrocinio (patrocinium,
commendatio, aunque era habitual utilizar el término commendatio para el acto
del homenaje o incluso para toda la institución del vasallaje) eran pactos
teóricos entre los campesinos y el señor feudal, que podían también
ritualizarse en una ceremonia o -más raramente- dar lugar a un documento. El
señor acogía a los campesinos en su feudo, que se organizaba en una reserva
señorial que los siervos debían trabajar obligatoriamente (sernas o corveas) y
en el conjunto de las pequeñas explotaciones familiares (mansos) que se
atribuían a los campesinos para que pudieran subsistir. Obligación del señor
era protegerles si eran atacados, y mantener el orden y la justicia en el
feudo. A cambio, el campesino se convertía en su siervo y pasaba a la doble jurisdicción
del señor feudal: en los términos utilizados en la península Ibérica en la Baja
Edad Media, el señorío territorial, que obligaba al campesino a pagar rentas al
noble por el uso de la tierra; y el señorío jurisdiccional, que convertía al
señor feudal en gobernante y juez del territorio en el que vivía el campesino,
por lo que obtenía rentas feudales de muy distinto origen (impuestos, multas,
monopolios, etc.). La distinción entre propiedad y jurisdicción no era en el
feudalismo algo claro, pues de hecho el mismo concepto de propiedad era
confuso, y la jurisdicción, otorgada por el rey como merced, ponía al señor en
disposición de obtener sus rentas. No existieron señoríos jurisdiccionales en
los que la totalidad de las parcelas pertenecieran como propiedad al señor,
siendo muy generalizadas distintas formas dealodio en los campesinos. En
momentos posteriores de despoblamiento y refeudalización, como la crisis del
siglo XVII, algunos nobles intentaban que se considerase despoblado
completamente de campesinos un señorío para liberarse de todo tipo de
cortapisas y convertirlo en coto redondo reconvertible para otro uso, como el
ganadero.
Junto con el feudo, el vasallo recibe los siervos que hay en
él, no como propiedad esclavista, pero tampoco en régimen de libertad; puesto
que su condición servil les impide abandonarlo y les obliga a trabajar. Las
obligaciones del señor del feudo incluyen el mantenimiento del orden, o sea, la
jurisdicción civil y criminal (mero e mixto imperio en la terminología jurídica
reintroducida con el Derecho Romano en la Baja Edad Media), lo que daba aún
mayores oportunidades para obtener el excedente productivo que los campesinos
pudieran obtener después de las obligaciones de trabajo -corveas o sernas en la
reserva señorial- o del pago de renta -en especie o en dinero, de circulación
muy escasa en la Alta Edad Media, pero más generalizada en los últimos siglos
medievales, según fue dinamizándose la economía-. Como monopolio señorial
solían quedar la explotación de los bosques y la caza, los caminos y puentes,
los molinos, las tabernas y tiendas. Todo ello eran más oportunidades de
obtener más renta feudal, incluidos derechos tradicionales, como el ius prime
noctis o derecho de pernada, que se convirtió en un impuesto por matrimonios,
buena muestra de que es en el excedente de donde se extrae la renta feudal de
manera extraeconómica (en este caso en la demostración de que una comunidad
campesina crece y prospera).
Los órdenes feudales
Con el tiempo, siguiendo la tendencia marcada desde el Bajo
Imperio romano, que se consolidó en la época clásica del feudalismo y que
pervivió durante todo el Antiguo Régimen, se fue conformando una sociedad
organizada de manera estamental, en los llamados estamentos u ordines
(órdenes): nobleza, clero y pueblo llano (o tercer estado): bellatores,
oratores y laboratores los hombres que guerrean, los que rezan y los que
trabajan, según el vocabulario de la época. Los dos primeros son privilegiados,
es decir, no se les aplica la ley común, sino un fuero propio (por ejemplo,
tienen distintas penas para el mismo delito, y su forma de ejecución es
diferente) y no pueden trabajar (les están prohibidos los oficios viles y
mecánicos), puesto que esa es la condición de no privilegiados. En época
medieval, los órdenes feudales no eran estamentos cerrados y bloqueados, sino que
mantenían una permeabilidad que permitía en casos extraordinarios el ascenso
social debido al mérito (por ejemplo, a la demostración de un excepcional
valor), que eran tan escasos que no se vivían como una amenaza, cosa que sí
ocurrió a partir de las grandes convulsiones sociales de los siglos finales de
la Baja Edad Media, en que los privilegiados se vieron obligados a
institucionalizar su posición procurando cerrar el acceso a sus estamentos de
los no privilegiados (en lo que tampoco tuvieron una eficacia total).
Completamente impropia sería la comparación con la sociedad de castas de la
India, en que guerreros, sacerdotes, comerciantes, campesinos y parias
pertenecían a castas diferentes entendidas como linajes desconectados cuya
mezcla se prohibía.
Las funciones de los órdenes feudales estaban fijadas
ideológicamente por el agustinismo político (Civitate Dei -426-), en búsqueda
de una sociedad que, aunque como terrena no podía dejar de ser corrupta e
imperfecta, podía aspirar a ser al menos una sombra de la imagen de una
"Ciudad de Dios" perfecta de raíces platónicas en que todos tuvieran
un papel en su protección, su salvación y su mantenimiento. Esta idea fue
reformulada y perfilada a lo largo de la Edad Media, sucesivamente por autores
como Isidoro de Sevilla (630), la escuela de Auxerre (Haimón de Auxerre-865- en
la abadía borgoñona en la que trabajaban Erico de Auxerre y su discípulo
Remigio de Auxerre, que seguían la tradición de Escoto Eriúgena), Boecio (892),
Wulfstan de York (1010), Gerardo de Cambrai (1024) o Adalberón de Laon; y
utilizada en textos legislativos como la llamada Compilación de Huesca de los
Fueros de Aragón (Jaime I), y el Código de las Siete Partidas (Alfonso X el
Sabio, 1265).34
Los bellatores o guerreros eran la nobleza, cuya función era
la protección física, la defensa de todos ante las agresiones e injusticias.
Estaba organizada piramidalmente desde el emperador, pasando por los reyes y
descendiendo sin solución de continuidad hasta el último escudero, aunque
atendiendo a su rango, poder y riqueza puede clasificarse en dos partes
diferenciadas: alta nobleza (marqueses, condes y duques) cuyos feudos tienen el
tamaño de regiones y provincias (aunque la mayor parte de las veces no en
continuidad territorial, sino repartido y difuso, lleno de enclaves yexclaves);
y la baja nobleza o caballeros (barones, infanzones), cuyos feudos son del
tamaño de pequeñas comarcas (a escala municipal o inferior a la municipal), o
directamente no poseen feudos territoriales, viviendo en los castillos de
señores más importantes, o en ciudades o poblaciones en las que no ejercen
jurisdicción (aunque sí pueden ejercer surgimiento, es decir, participar en su
gobierno municipal en representación del estado noble). A finales de la Edad
Media y en la Edad Moderna, cuando la nobleza ya no ejercía su función militar,
como era el caso de los hidalgos españoles, que aducían sus privilegios
estamentales para evitar el pago de impuestos y obtener alguna ventaja social,
alardeando de ejecutoria o de blasón y casa solariega, pero que al no disponer
de rentas feudales suficientes para mantener la manera de vida nobiliaria,
corrían el peligro de perder su condición por contraer un matrimonio desigual o
ganarse la vida trabajando:
Pues la sangre de los godos,
y el linaje e la nobleza
tan crescida,
¡por cuántas vías e modos
se pierde su grand alteza
en esta vida!
Unos, por poco valer,
por cuán baxos e abatidos
que los tienen;
otros que, por non tener,
con oficios non debidos se mantienen.
Copla X de las Coplas a la muerte de su padre de Jorge
Manrique
Además de la legitimación religiosa, a través de la cultura
y el arte laicos (la épica de los cantares de gesta y la lírica del amor cortés
de los trovadores provenzales) se difundía socialmente la legitimación
ideológica de la forma de vida, la función social y los valores de la nobleza.
Los oratores o clérigos eran el clero, cuya función era
facilitar la salvación espiritual de las almas inmortales: algunos formaban una
élite poderosa llamada alto clero (abades, obispos), y otros más humildes, el bajo
clero (curas de pueblo o los hermanos legos de un monasterio). La extensión y
organización del monacato benedictino a través de la Orden de Cluny,
estrechamente vinculado a la organización de la red episcopal centralizada y
jerarquizada, con cúspide en el Papa de Roma, estableció la doble pirámide
feudal del clero secular, destinado a la administración los de sacramentos (que
controlaban toda la trayectoria vital de la población, desde el nacimiento
hasta muerte); y el clero regular, apartado del mundo y sometido a una regla
monástica(habitualmente la regla benedictina). Los tres votos monásticos del
clero regular: pobreza, obediencia y castidad; así como el celibato
eclesiástico que se fue imponiendo al clero secular, funcionaron como un eficaz
mecanismo de vinculación de los dos estamentos privilegiados: los hijos
segundones de la nobleza ingresaban en el clero, donde eran mantenidos sin
estrecheces gracias a las numerosas fundaciones, donaciones, dotes y mandas
testamentarias; pero no disputaban las herencias a sus hermanos, que podían
mantener concentrado el patrimonio familiar. Las tierras de la Iglesia quedaban
como manos muertas, cuya función era la de garantizar las misas y oraciones
previstas por los donadores, de modo que los hijos rezaban por las almas de los
padres. Todo el sistema garantizaba el mantenimiento del prestigio social de
los privilegiados, asistiendo a misa en lugares destacados mientras vivían y
enterrados en lugares preeminentes de iglesias y catedrales cuando morían. No faltaron los enfrentamientos: la evidencia
de simonía y nicolaísmo(nombramientos de cargos eclesiásticos interferidos por
las autoridades civiles o su pura compraventa) y la utilización de la principal
amenaza religiosa al poder temporal, equivalente a una muerte civil: la excomunión.
El Papa se atribuía incluso la autoridad de eximir al vasallo de la fidelidad
debida a su señor y reivindicarla para sí mismo, lo que fue utilizado en varias
ocasiones para la fundación de reinos que pasaban a ser vasallos del Papa (por
ejemplo, la independencia que Afonso Henriques obtuvo para el condado
convertido en reino de Portugal frente al reino de León).
Los laboratores o trabajadores, eran el pueblo llano, cuya
función era el mantenimiento de los cuerpos, la función ideológicamente más
baja y humilde -humiliores eran los cercanos al humus, la tierra, mientras que
sus superiores eran honestiores, los que podían mantener la honra u honor-.Nota
11 Necesariamente los más numerosos, y la inmensa mayoría de ellos dedicados a
tareas agrícolas, dado la bajísima productividad y rendimiento agrícola,
propios de la época preindustrial y del muy escaso nivel técnico (de ahí la
identificación en castellano de laborator con labrador). Por lo común estaban
sometidos a los otros estamentos. El pueblo llano estaba compuesto en su gran
mayoría por campesinos, siervos de los señores feudales o campesinos libres
(villanos), y por artesanos, que eran escasos y vivían, bien en las aldeas
(aquellos de menor especialización, que solían compartir las tareas agrícolas:
herreros, talabarteros, alfareros, sastres) o en las pocas y pequeñas ciudades
(los de mayor especialización y de productos de necesidad menos apremiante o de
demandada de las clases altas: joyeros, orfebres, cereros, toneleros,
tejedores, tintoreros). La autosuficiencia de los feudos y los monasterios
limitaba su mercado y capacidad de crecer. Los oficios de la construcción
(cantería, albañilería, carpintería) y la misma profesión de maestro de obras o
arquitecto son una notable excepción: obligados por la naturaleza de su trabajo
al desplazamiento al lugar donde se construye el edificio, se transformaron en
un gremio nómada que se desplazaba por los caminos europeos comunicándose novedades
técnicas u ornamentales transformadas en secretos de oficio, lo que está en el
origen de su lejana y mitificada vinculación con la sociedad secreta de la
masonería, que desde su origen los consideró como los primitivos masones.
Las zonas sin dependencia intermedia de señores nobles o
eclesiásticos se denominaban realengo y solían prosperar más, o al menos solían
considerar como una desgracia el pasar a depender de un señor, hasta el punto
de que en algunas ocasiones conseguían evitarlo con pagos al rey, o se
incentivaba la repoblación de zonas fronterizas o despobladas (como ocurrió en
el reino astur-leonés con la despoblada Meseta del Duero) donde podían aparecer
figuras mixtas, como el caballero villano (que podía mantener con su propia
explotación al menos un caballo de guerra y armarse y defenderse a sí mismo) o
las behetrías, que elegían a su propio señor y podían cambiar de uno u a otro
si les convenía, o con la oferta de un fuero o carta puebla que otorgaba a un
población su propio señorío colectivo. Los privilegios iniciales no fueron
suficientes para impedir que con el tiempo la mayor parte de ellos cayeran en
la feudalización.
Los tres órdenes feudales no eran en la Edad Media aún unos
estamentos cerrados: eran consecuencia básica de la estructura social que se
había ido creando lenta pero inexorablemente con la transición del esclavismo
al feudalismodesde la crisis del siglo III (ruralización y formación de
latifundios y villae, reformas de Diocleciano, descomposición del Imperio
romano, las invasiones, el establecimiento de los reinos germánicos,
instituciones del Imperio carolingio, descomposición de éste y nueva oleada de
invasiones). Los señores feudales eran continuación de las líneas clientelares
de los condes carolingios, y algunos pueden remontarse a los latifundistas
romanos o los séquitos germanos, mientras que el campesinado provenía de los
antiguos esclavos o colonos, o de campesinos libres que se vieron forzados a
encomendarse, recibiendo a veces una parte de sus antiguas tierras propias en
forma de manso "concedido" por el señor. El campesino heredaba su
condición servil y su sujeción a la tierra, y rara vez tenía oportunidad de
ascender de nivel como no fuera por su fuga a una ciudad o por un hecho todavía
más extraordinario: su ennoblecimiento por un destacado hecho de armas o
servicio al rey, que en condiciones normales le estaban completamente vedados.
Lo mismo puede decirse del artesano o el mercader (que en algunos casos podía
acumular fortuna, pero no alterar su origen humilde). El noble lo era
generalmente por herencia, aunque en ocasiones podía alguien ennoblecerse como
soldado de fortuna, después de una victoriosa carrera de armas (como fue el
caso, por ejemplo, de Roberto Guiscardo). El clero, por su parte, era reclutado
por cooptación, con un acceso distinto según el origen social: asegurado para
los segundones de las casas nobles y restringido a los niveles inferiores del
bajo clero para los del pueblo llano; pero en casos particulares o destacados,
el ascenso en la jerarquía eclesiástica estaba abierto al mérito intelectual.
Todo esto le daba al sistema feudal una extraordinaria estabilidad, en donde
había "un lugar para cada hombre, y cada hombre en su lugar", al
tiempo que una extraordinaria flexibilidad, porque permitía al poder político y
económico atomizarse a través de toda Europa, desde España hasta Polonia.
El año mil
El legendario año mil, final del primer milenio, que se
utiliza convencionalmente para el paso de la Alta a la Baja Edad Media, en
realidad tan solo es una cifra redonda para el cómputo de la era cristiana, que
no era de universal utilización: los musulmanes utilizaban su propio calendario
islámico lunar que comienza en la Hégira (622); en algunas partes de la
Cristiandad se utilizaban eras locales (como la era hispánica, que cuenta desde
el 38 a. C.). Pero ciertamente, el milenarismo y los pronósticos del final de
los tiempos estaban presentes; incluso el propio papa durante el cambio de
milenio Silvestre II, el francés Gerberto de Aurillac, interesado en todo tipo
de conocimientos, se ganó una reputación esotérica. La astrología siempre pudo
encontrar fenómenos celestes extraordinarios en los que apoyar su prestigio
(como los eclipses), pero ciertamente otros eventos de la época estuvieron
entre los más espectaculares de la historia: el cometa Halley, que se acerca a
la Tierra periódicamente cada ocho décadas, alcanzó su brillo máximo en la
visita de 837,38 despidió el primer milenio en 989 y llegó a tiempo de la
batalla de Hastings en 1066; mucho más visibles aún, las supernovas SN 1006 y
SN 1054, que reciben el número del año en que se registraron, fueron más
detalladamente reflejadas en fuentes chinas, árabes e incluso indoamericanas
que en las escasas europeas (a pesar de que la de 1054 coincidió con la batalla
de Atapuerca).
Todo el siglo X, más bien por las condiciones reales que por
las imaginarias, puede considerarse parte de una época oscura, pesimista,
insegura y presidida por el miedo a todo tipo de peligros, reales e
imaginarios, naturales y sobrenaturales: miedo al mar, miedo al bosque, miedo a
las brujas y los demonios y a todo lo que, sin entrar dentro de lo sobrenatural
cristiano, quedaba relegado a lo inexplicable y al concepto de lo maravilloso,
atribuido a seres de dudosa o quizá posible existencia (dragones, duendes,
hadas, unicornios). El hecho no tenía nada de único: mil años más tarde, el
siglo XX hizo nacer miedos comparables: al holocausto nuclear, al cambio
climático (versiones contemporáneas del fin del mundo); al comunismo (la caza
de brujas con la que se identificó al macarthismo), a la libertad (Miedo a la
Libertad es la base del fascismo en la interpretación de Erich Fromm),
comparación que ha sido puesta de manifiesto por los historiadores39 e
interpretada por los sociólogos (Sociedad del riesgo de Ulrich Beck).
La Edad Media cree firmemente que todas las cosas en el
universo tienen un significado sobrenatural, y que el mundo es como un libro
escrito por la mano de Dios. Todos los animales tienen un significado moral o
místico, al igual que todas las piedras y todas las hierbas (y esto es lo que
explican los bestiarios, los lapidarios y los herbarios). Se llega así a
atribuir significados positivos o negativos también a los colores... Para el
simbolismo medieval una cosa puede tener incluso dos significados opuestos
según el contexto en el que se contempla (de ahí que el león a veces simbolice
a Jesucristo y a veces al demonio).
Umberto Eco
La coyuntura del año mil
En la coyuntura histórica del año mil, las estructuras
políticas más fuertes del periodo anterior se estaban demostrando muy débiles:
el Islam se descompuso en califatos (Bagdad, El Cairo y Córdoba), que para el
año 1000 se estaban demostrando incapaces de contener a los reinos cristianos
en la península Ibérica (fracaso final de Almanzor) y al Imperio bizantino en
el Mediterráneo Oriental. También sufre la expansión bizantina el Imperio
Búlgaro, que queda destruido. Los particularismos nacionales francés, polaco y
húngaro dibujan fronteras protonacionales que, curiosamente, son muy similares
a las del año 2000. En cambio, el Imperio carolingio se había disuelto en
principados feudales ingobernables, que los Otónidas se proponían incluir en
una segunda Restauratio Imperii (Otón I, en el 962), esta vez sobre bases germanas.41
La persistencia del miedo y la función de la risa
Nel mezzo del cammin di nostra vita En el medio del camino de nuestra vida
mi ritrovai per una selva oscura me encontraba en un bosque oscuro
chè la diritta via era smarrita. porque el
recto camino había extraviad.
Dante, Divina Comedia
Los miedos y la inseguridad no acabaron con el año mil, ni
tampoco hubo que esperar para volver a encontrarlos a la terrible Peste Negra y
a los flagelantes del siglo XIV. Incluso en el óptimo medieval del expansivo siglo
XIII lo más habitual era encontrar textos como el de Dante, o como los
siguientes:
Este himno de autor desconocido, atribuido a muy diversos
personajes (el papa Gregorio -que pudiera ser Gregorio Magno, a quien también
se atribuye el canto gregoriano, u otro de los de ese nombre-, al fundador del
Cister San Bernardo de Claraval, a los monjes dominicos Umbertus y Frangipani y
al franciscanoTomás de Celano) e incorporado a la liturgia de la misa:
Dies iræ, dies illa,
Solvet sæclum in favilla,
Teste David
cum Sibylla !
Quantus
tremor est futurus,
quando judex
est venturus,
cuncta stricte discussurus !
...
Confutatis maledictis,
flammis acribus addictis,
voca me cum benedictis.
Oro supplex et acclinis,
cor
contritum quasi cinis,
gere curam
mei finis.
Lacrimosa
dies illa,
qua resurget
ex favilla
judicandus
homo reus.
Huic ergo
parce, Deus.
Día de la
ira; día aquel
en que los
siglos se reduzcan a cenizas;
como
testigos el rey David y la Sibila.
¡Cuánto
terror habrá en el futuro
cuando el
juez haya de venir
a juzgar
todo estrictamente!
...
Tras
confundir a los malditos
arrojados a
las llamas voraces
hazme llamar
entre los benditos
Te lo ruego,
suplicante y de rodillas,
el corazón
acongojado, casi hecho cenizas:
hazte cargo
de mi destino.
Día de
lágrimas será aquel día
en que
resucitará, del polvo
para el
juicio, el hombre culpable.
A ese, pues,
perdónalo, oh Dios.
Pero también participa de la misma concepción pesimista del
mundo este otro, proveniente de un ambiente totalmente opuesto, recogido en una
colección de poemas goliardos (monjes y estudiantes de vida desordenada):
O Fortuna:
Oh Fortuna,
velut luna:
como la Luna
statu
variabilis,: variable
semper
crescis: creces sin cesar
aut
decrescis;: o desapareces.
vita
detestabilis: ¡Vida detestable!
nunc
obdurat: primero embota
et tunc
curat: y después estimula,
ludo mentis
aciem: como juego, la agudeza de la mente.
egestatem,:
la pobreza
potestatem:
y el poder
dissolvit ut
glaciem.: se derriten como el hielo.
Sors
immanis: Destino monstruoso
et inanis,:
y vacío,
rota tu
volubilis,: una rueda girando es lo que eres,
status
malus,: si está mal colocada
vana salus:
la salud es vana,
semper
dissolubilis,: siempre puede ser disuelta,
obumbrata:
eclipsada
et velata: y
velada
Fortuna imperatrix mundi:
Fortuna emperatriz del mundo (Carmina Burana)
Lo sobrenatural estaba presente en la vida cotidiana de
todos como un constante recordatorio de la brevedad de la vida y la inminencia
de la muerte, cuyo radical igualitarismo se aplicaba, en contrapunto con la
desigualdad de las condiciones, como un cohesionador social, al igual que la
promesa de la vida eterna. La imaginación se excitaba con las imágenes más
morbosas de lo que ocurriría en el juicio final, los tormentos del infierno y
de los méritos que los santos habían obtenido con su vida ascética y sus
martirios (que bien administrados por la Iglesia podían ahorrar las penas
temporales del purgatorio). Esto no sólo operaba en los amedrentados iletrados
que únicamente disponían del evangelio en piedra de las iglesias; la mayor
parte de los lectores cultos daban todo crédito a las escenas truculentas que
llenaban los martirologios y a las inverosímiles historias de la Leyenda Áurea
de Jacopo da Vorágine. El miedo era inherente a la violencia estructural permanente
del feudalismo, que aunque se encauzara por mecanismos aceptables socialmente y
estableciera un orden estamental teóricamente perfecto, era un permanente
recuerdo de la posibilidad de subversión del orden, periódicamente renovado con
guerras, invasiones y sublevaciones internas. En particular, las sátiras contra
el rústico eran manifestaciones de la mezcla de desprecio y desconfianza con
que clérigos y nobles veían al siervo, reducido a un monstruo deforme,
ignorante y violento, capaz de las mayores atrocidades, sobre todo cuando se
agrupaba.
A furia rusticorum libera nos, Domine De la furia de los campesinos, líbranos Señor.
Adición a la liturgia eclesiástica de la Letanía de los Santos.
Pero al mismo tiempo, se sostenía, como parte esencial del
edificio ideológico (era la justificación de la elección papal) que la voz del
pueblo era la voz de Dios (Vox populi, vox Dei). El espíritu medieval debía
asumir la contradicción de impulsar manifestaciones públicas de piedad y
devoción y al tiempo permitir generosas concesiones al pecado. Los carnavales y
otras parodias grotescas (la fiesta del asno o el charivari) permitían todo
tipo de licencias, incluso la blasfemia y la burla a lo sagrado, invirtiendo
las jerarquías (se elegían reyes de los tontos obispillos u obispos de la
fiesta) haciendo triunfar todo lo que el resto del año estaba prohibido, era
considerado feo, desagradable o daba miedo, como reacción saludable al terror
cotidiano al más allá y garantía de que, pasados los excesos de la fiesta, se
volvería dócilmente al trabajo y la obediencia. Seriedad y tristeza eran
prerrogativas de quien practicaba un sagrado optimismo (hay que sufrir pues
luego nos aguarda la vida eterna), mientras que la risa era la medicina del que
vivía con pesimismo una vida miserable y difícil.45 Frente al mayor rigorismo
del cristianismo primitivo, los teólogos medievales especulaban sobre si Cristo
rio o no (la Epístola de Léntulo, uno de los evangelios apócrifos sostenía que
no; mientras que algunos padres de la iglesia defendían el derecho a una santa
alegría), lo que justificaba textos cómicos eclesiásticos, como la Coena Cypriani
y la Joca monachorum.
Baja Edad Media (siglos XI al XV)
La Baja Edad Media es un término que a veces produce
confusión, pues procede de un equívoco etimológico entre alemán y castellano: baja
no significa decadente, sino reciente; por oposición al alta de la Alta Edad
Media, que significa antigua (en alemán alt: viejo, antiguo).47No obstante, es
cierto que desde alguna perspectiva historiográfica puede verse al conjunto del
periodo medieval como el ciclo de nacimiento, desarrollo, auge e inevitable
caída de una civilización, modelo interpretativo que inició Gibbon para el
Imperio romano (donde es más obvia la oposición entre Alto Imperio y Bajo
Imperio) y que se ha aplicado con mayor o menor fortuna a otros contextos
históricos y artísticos. Así se entiende que se asigne el nombre de Plenitud de
la Edad Media al periodo de la Historia de Europa que ocupa los siglos XI al
XIII. Esa Plena Edad Media o Plenitud del Medievo terminaría en la crisis del
siglo XIV o crisis de la Edad Media, en la que sí se pueden apreciar procesos
decadentes, y es habitual calificarla de ocaso u otoño. No obstante, los
últimos siglos medievales están llenos de hechos y procesos dinámicos, con
enormes repercusiones y proyecciones en el futuro, aunque lógicamente son los
hechos y procesos que pueden entenderse como "nuevos", que prefiguran
los nuevos tiempos de la modernidad. Al mismo tiempo, los hechos, procesos,
agentes sociales, instituciones y valores caracterizados como medievales han
entrado claramente en decadencia; sobreviven, y sobrevivirán por siglos, en
buena medida gracias a su institucionalización (por ejemplo, el cierre de los
estamentos privilegiados o la adopción del mayorazgo), lo que no deja de ser un
síntoma de que es entonces, y no antes, que se consideró necesario defenderlos
tanto.
La Plena Edad Media (siglos XI al XIII)
La justificación de esa denominación es lo excepcional del
desarrollo económico, demográfico, social y cultural de Europa que tiene lugar
en ese período, coincidente con un clima muy favorable (se ha hablado del
"óptimo medieval") que permitía cultivar vides en Inglaterra. También
se ha hablado, en concreto para el siglo XII, de la revolución del siglo XII o
renacimiento del siglo XII.
El simbólico año mil (cuyos terrores milenaristas son un
mito historiográfico frecuentemente exagerado) no significa nada por sí mismo,
pero a partir de entonces se da por terminada la Edad Oscura de las invasiones
de la Alta Edad Media: húngaros y normandos están ya asentados e integrados en
la cristiandad latina. La Europa de la Plena Edad Media es expansiva también en
el terreno militar: las cruzadas en el Próximo Oriente, la dominación angevina
de Siciliay el avance de los reinos cristianos en la península Ibérica
(desaparecido el Califato de Córdoba) amenazan con reducir el espacio islámico
a la ribera sur de la cuenca del Mediterráneo y el interior de Asia.
El modo de producción feudal se desarrolla sin encontrar de
momento límites a su extensión (como ocurrirá con la crisis del siglo XIV). La
renta feudal se distribuye por los señores fuera del campo, donde se origina:
las ciudades y la burguesía crecen con el aumento de la demanda de productos
artesanales y del comercio a larga distancia, nacen y se desarrollan las
ferias, las rutas comerciales terrestres y marítimas e instituciones como la
Hansa. Europa Central y Septentrional entran en el corazón de la civilización
Occidental. El Imperio bizantino se mantiene entre el islam y los cruzados,
extendida su influencia cultural por los Balcanes y las estepas rusas donde se
resiste el empuje mongol.
El arte románico y el primer gótico son protegidos por las
órdenes religiosas y el clero secular. Cluny y el Císter llenan Europa de
monasterios. El camino de Santiago articula la península Ibérica con Europa.
Nacen las Universidades (Bolonia, Sorbona, Oxford, Cambridge, Salamanca,
Coímbra). La escolástica llega a su cumbre con Tomás de Aquino, tras recibir la
influencia de las traducciones del árabe (averroísmo). El redescubrimiento del
derecho romano (Bártolo de Sassoferrato, Baldo degli Ubaldi) empieza a influir
en los reyes que se ven a sí mismos como emperadores en su reino.
Los conflictos crecen a la par que la sociedad: herejías,
revueltas campesinas y urbanas, la salvaje represión de todas ellas y las no
menos salvajes guerras feudales son constantes.
La expansión del sistema feudal
Dinamismo interno: económico, social, tecnológico e
intelectual
Lejos de ser un sistema social anquilosado (el cierre del
acceso a los estamentos es un proceso que se produce como reacción conservadora
de los privilegiados, tras la crisis final de la Edad Media, ya en el Antiguo
Régimen), el feudalismo medieval demostró suficiente flexibilidad como para
permitir el desarrollo de dos procesos, que se retroalimentaron mutuamente
favoreciendo una rápida expansión. Por una parte, el asignar un lugar a cada
persona dentro del sistema, permitió la expulsión de todos aquellos para
quienes no había lugar, enviándolos como colonos y aventureros militares a
tierras no ganadas para la Cristiandad Occidental, expandiendo así brutalmente
sus límites. Por la otra, el asegurar un cierto orden y estabilidad social para
el mundo agrario tras el fin del periodo de las invasiones; aunque ni mucho
menos se acabaron las guerras -consustanciales al sistema feudal- el nivel
habitual de violencia en periodos bélicos tendía a controlarse por las propias
instituciones -código de honor, tregua de Dios, acogimiento a sagrado- y en
periodos normales tendía a ritualizarse - desafíos, duelos, rieptos, justas,
torneos, paso honroso-, aunque no desaparecía ni en las relaciones
internacionales ni dentro de los reinos, con unas ciudades que basaban su
seguridad y pax urbana en sus fuertes murallas, sus toques de queda y su
expeditiva justicia, y unos inseguros campos en los que señores de horca y
cuchillo imponían sus prerrogativas e incluso abusaban de ellas (malhechores
feudales), no sin encontrar la resistencia antiseñorial de los siervos,48 a
veces mitificada (Robin Hood). A diferencia del modo de producción esclavista
(y del modo de producción capitalista), el modo de producción feudal ponía en
el productor -campesino- el interés en el aumento de la producción, puesto que
se beneficiaba directamente de él: si la cosecha es mala, no por ello no paga
renta, si la cosecha es buena, se beneficia de esa ventaja. Es por ello que el sistema
por sí sólo estimula el trabajo y la incorporación de lo que la experiencia
demuestre como buenas prácticas agrícolas, incluso la incorporación de nuevas
técnicas que mejoren el rendimiento de la tierra. Si el aumento de la
producción es permanente y no coyuntural (una sola buena cosecha por causas
climáticas), quien empezará a recibir estímulos será el señor feudal, que
detectará ese aumento de los excedentes cuya extracción es la base de su renta
feudal (mayor uso del molino, mayor circulación por los caminos y puentes,
mayor consumo en tiendas y tabernas; de todos los cuales cobra impuestos o
aspirará a hacerlo), incluso se verá impulsado a subir la renta. Cuando lo que
ocurre es que los campesinos, empujados por el aumento de sus familias, presionan
los límites de los mansos roturando tierras antes incultas (eriales, pastos,
bosques, humedales desecables), el señor podrá imponer nuevas condiciones, e
incluso impedirlo, porque forman parte de su reserva o de sus usos
monopolísticos (caza, alimento de sus caballos).
Esa dinámica lucha de clases entre siervos y señores
dinamizaba la economía y hacía posible el inicio de una concentración de
riquezas acumuladas a partir de las rentas agrícolas; pero nunca de manera
comparable a la acumulación de capital propia del capitalismo, pues no se hacía
con ellas inversión productiva (como hubiera ocurrido de disponer los
campesinos del uso del excedente), sino atesoramiento en manos de nobleza y
clero. Tal cosa, en última instancia, a través de los programas de construcción
(castillos, monasterios, iglesias, catedrales, palacios) y el gasto suntuario en
productos de lujo -caballos, armas sofisticadas, joyas, obras de arte, telas de
calidad, tintes, sedas, tapices, especias- no pudo dejar de estimular el
rudimentario comercio a larga distancia, la circulación monetaria y la vida
urbana; en definitiva, el resurgimiento económico de Europa Occidental.
Irónicamente, ambos procesos terminarían por minar las bases del feudalismo, y
llevarlo hacia su destrucción. No obstante, no hay que imaginar que se produjo
nada parecido a la revolución agrícola previa a la revolución industrial: el
hecho de que ni campesinos ni señores pudieran convertir en capital el
excedente (unos porque se lo extraían y otros porque su posición social era
incompatible con las actividades económicas) hacía lenta y costosa cualquier
innovación, además del hecho de que cualquier innovación chocaba con prejuicios
ideológicos y una mentalidad fuertemente tradicionalista, ambas cosas propias
de la sociedad preindustrial. Sólo en el transcurso de siglos, y debido al
ensayo y error del buen hacer artesanal de anónimos herreros y talabarteros sin
ningún tipo de conexión con la investigación científica, se produjo la
incorporación de escasas pero decisivas mejoras técnicas como la collera (que
posibilita el aprovechamiento eficaz de la fuerza de los caballos de tiro, que
empiezan a sustituir a los bueyes) o el arado de vertedera (que sustituye al
arado romano en las tierras húmedas y pesadas del norte de Europa, no así en
las secas y ligeras del sur). El barbecho de año y vez siguió siendo el método
de cultivo más utilizado; la rotación de cultivos era desconocida, el abonado
era un recurso excepcional, dada la escasez de animales, cuyo estiércol era el
único abono disponible; el regadío estaba limitado a algunas de las zonas
mediterráneas de cultura islámica; se escatimaba la utilización de hierro en
herramientas y aperos de labranza, dado su coste inasumible por los campesinos;
el nivel técnico, en general, era precario. El molino de viento fue una
transferencia tecnológica que, como tantas otras en otros campos (pólvora,
papel, brújula, grabado), provenía de Asia. Aún con su alcance limitado, el
conjunto de innovaciones y cambios se concentró especialmente en un periodo que
algunos historiadores han venido en llamar el "Renacimiento" del
siglo XII o la Revolución del siglo XII, momento en el que el dinamismo
económico y social, a partir del motor principal, que es el campo, produce el
despertar de un mundo urbano hasta entonces marginal en Europa Occidental, y el
surgimiento de fenómenos intelectuales como la universidad medieval y la
escolástica.
Revolución del siglo XII.
La universidad
Siguiendo el precedente de la organización carolingia de las
escuelas palatinas, catedralicias y monásticas (debida aAlcuino de York -787-),
más que el de otras instituciones semejantes existentes en el mundo islámico,
las primeras universidades de la Europa cristiana fueron fundadas para el
estudio del derecho, la medicina y la teología. La parte central de la
enseñanza envolvía el estudio de las artes preparatorias (denominadas artes
liberales por cuanto eran mentales o espirituales y liberaban del trabajo
manual propio de las artesanías, consideradas oficios viles y mecánicos); estas
artes liberales eran el trivium (gramática, retórica y lógica) y el quadrivium
(aritmética, geometría, música y astronomía). Después, el alumno entraba en
contacto con estudios más específicos. Además de centros de enseñanza, eran
también el lugar de investigación y producción del saber, y foco de vigorosos
debates y polémicas, lo que a veces requirió incluso las intervenciones del
poder civil y eclesiástico, a pesar de los fueros de los que estaban dotadas y
que las convertían en instituciones independientes, bien dotadas económicamente
con una base patrimonial de tierras y edificios. La transformación cultural
generada por las universidades ha sido resumida de este modo: En 1100, la
escuela seguía al maestro; en 1200, el maestro seguía a la escuela.51 Las más
prestigiosas recibían el nombre de Studium Generale, y su fama se extendía por
toda Europa, requiriendo la presencia de sus maestros, o al menos la
comunicación epistolar, lo que inició un fecundo intercambio intelectual
facilitado por el uso común de la lengua culta, el latín.
Entre 1200 y 1400 fueron fundadas en Europa 52
universidades; 29 de ellas de fundación papal, las demás de fundación imperial
o real. La primera fue posiblemente Bolonia (especializada en Derecho, 1088), a
la que siguió Oxford(antes de 1096), de la que se escindió su rival Cambridge
(1209), París, de mediados del siglo XII (uno de cuyos colegios fue la Sorbona,
1275), Salamanca (1218, precedida por el Estudio General de Palencia de 1208),
Padua(1222), Nápoles (1224), Coímbra (1308, trasladada desde el Estudio General
de Lisboa de 1290), Alcalá de Henares(1293, refundada por el Cardenal Cisneros
en 1499), la Sapienza (Roma, 1303), Valladolid (1346), la Universidad Carolina
(Praga, 1348), la Universidad Jagellónica (Cracovia, 1363), Viena (1365),
Heidelberg (1386), Colonia (1368) y, ya al final del periodo medieval, Lovaina
(1425), Barcelona (1450), Basilea (1460) y Uppsala (1477). En medicina gozaba
de un gran prestigio la Escuela Médica Salernitana, con raíces árabes, que
provenía del siglo IX; y en 1220 empezó a rivalizar con ella la Facultad de
Medicina de Montpellier.
La escolástica
La escolástica fue la corriente teológico-filosófica
dominante del pensamiento medieval, tras la patrística de la Antigüedad tardía,
y se basó en la coordinación de fe y razón (en principio la identificación de
ambas), que en cualquier caso siempre suponía la clara sumisión de la razón a
la fe (Philosophia ancilla theologiae -la filosofía es esclava de la teología-).
Pero también es un método de trabajo intelectual: todo pensamiento debía
someterse al principio de autoridad (Magister dixit -lo dijo el Maestro-), y la
enseñanza se podía limitar en principio a la repetición o glosa de los textos
antiguos, y sobre todo de la Biblia, la principal fuente de conocimiento, pues
representa la Revelación divina; a pesar de todo ello, la escolástica incentivó
la especulación y el razonamiento, pues suponía someterse a un rígido armazón
lógico y una estructura esquemática del discurso que debía exponerse a
refutaciones y preparar defensas. Desde el comienzo del siglo IX al fin del XII
los debates se centraron en la cuestión de los universales, que opone a los realistas
encabezados por Guillermo de Champeaux, a los nominalistas representados por
Roscelino y a los conceptualistas (Pedro Abelardo). En el siglo XII tiene lugar
la recepción de textos de Aristóteles antes desconocidos en Occidente, primero
indirectamente a través de los filósofos judíos y árabes, especialmente Avicena
y Averroes, pero en seguida directamente traducido del griego al latín por san
Alberto Magno y por Guillermo de Moerbeke, secretario de santo Tomás de Aquino,
verdadera cumbre del pensamiento medieval y elevado al rango de Doctor de la
Iglesia. El apogeo de la escolástica coincide con el siglo XIII, en que se
fundan las universidades y surgen las órdenes mendicantes: dominicos (que
siguieron una tendencia aristotélica -los anteriormente citados-) y
franciscanos (caracterizados por el platonismo y la tradición patrística
-Alejandro de Hales o san Buenaventura-). Ambas órdenes coparán las cátedras y
la vida de los colegios universitarios, y de ellas procederán la mayoría de los
teólogos y filósofos de la época.
El siglo XIV representará la crisis de la escolástica a través
de dos franciscanos británicos: el doctor subtilis Duns Scotoy Guillermo de
Occam. Precedente de ambos sería la Escuela de Oxford (Robert Grosseteste y
Roger Bacon) centrada en el estudio de la naturaleza, defendiendo la
posibilidad de una ciencia experimental apoyada en la matemática, contra el
tomismo dominante. La polémica de los universales se terminó decantando por los
nominalistas, lo que dejaba un espacio a la filosofía más allá de la teología.
Ergo Domine, qui das fidei
intellectum, da mihi, ut, quantum scis expedire, intelligam, quia es sicut
credimus, et hoc es quod credimus. Et quidem credimus te esse aliquid quo nihil
maius cogitari possit. ¿An ergo non est aliqua talis natura, quia "dixit
insipiens in corde suo: non est Deus"?
Luego Señor, tú que das el
entendimiento a la fe, dame de entender, tanto como consideres bueno, que tú
eres como creemos y lo que creemos. Y bien, creemos que tú eres algo mayor que
lo cual no puede pensarse cosa alguna. Ahora, ¿acaso no existe esta naturaleza,
porque "dijo el necio en su corazón: no hay Dios"?
Anselmo de Canterbury, inicio del
argumento ontológico para probar la existencia de Dios.
Proslogio, capítulo II
(1078). La frase entrecomillada es una cita bíblica (Salmos 13:1).
Dicitur Exodi III, ex persona
Dei, ego sum qui sum.
Deum esse quinque viis probari
potest... Quinta via sumitur ex gubernatione rerum. Videmus enim quod
aliqua quae cognitione carent, scilicet corpora naturalia, operantur propter
finem, quod apparet ex hoc quod semper aut frequentius eodem modo operantur, ut
consequantur id quod est optimum; unde patet quod non a casu, sed ex intentione
perveniunt ad finem. Ea autem quae non habent cognitionem, non tendunt in finem
nisi directa ab aliquo cognoscente et intelligente, sicut sagitta a sagittante.
Ergo est aliquid intelligens, a quo omnes res naturales ordinantur ad
finem, et hoc dicimus Deum. Se
dice en Éxodo 3,14 de la persona de Dios: "Yo soy el que es."
La existencia de Dios puede ser
probada de cinco maneras distintas... La quinta se deduce a partir del
ordenamiento de las cosas. Pues vemos que hay cosas que no tienen conocimiento,
como son los cuerpos naturales, y que obran por un fin. Esto se puede comprobar
observando cómo siempre o a menudo obran igual para conseguir lo mejor. De donde
se deduce que, para alcanzar su objetivo, no obran al azar, sino
intencionadamente. Las cosas que no tienen conocimiento no tienden al fin sin
ser dirigidas por alguien con conocimiento e inteligencia, como la flecha por
el arquero. Por lo tanto, hay alguien inteligente por el que todas las cosas
son dirigidas al fin. Le llamamos Dios.
Tomás
de Aquino, quinta de las Cinco Vías (Quinquae viae) para probar la existencia
de Dios.
Summa
Theologiae (Suma Teológica, 1274), Quaestio 2, Articulus 3.54
Compárese
con los argumentos actuales sobre el diseño inteligente.
El surgimiento de la burguesía
La burguesía es el nuevo agente social formado por los
artesanos y mercaderes que surgen en el entorno de las ciudades, bien en las
antiguas ciudades romanas que habían decaído, bien en nuevos núcleos creados en
torno a castillos o cruces de caminos -los propiamente llamados burgos-. Muchas
de estas ciudades incorporaron ese nombre -Friburgo, Estrasburgo; en España Burgo
de Osma o Burgos-.
La burguesía estaba interesada en presionar al poder
político (imperio, papado, las diferentes monarquías, la nobleza feudal local o
instituciones eclesiásticas -diócesis o monasterios- de las que dependieran sus
ciudades) para que se facilitara la apertura económica de los espacios cerrados
de las urbes, se redujeran los tributos de portazgo y se garantizaran formas de
comercio seguro y una centralización de la administración de justicia e
igualdad de las normas en amplios territorios que les permitieran desarrollar
su trabajo, al tiempo que garantías de que los que vulnerasen dichas normas
serían castigados con igual dureza en los distintos territorios.
Aquellas ciudades que abrían las puertas al comercio y a una
mayor libertad de circulación, veían incrementar la riqueza y prosperidad de
sus habitantes y las del señor, por lo que con reticencias pero de manera firme
se fue difundiendo el modelo. Las alianzas entre señores eran más comunes, no
ya tanto para la guerra, como para permitir el desarrollo económico de sus
respectivos territorios, y el rey fue el elemento aglutinador de esas alianzas.
Los burgueses pueden considerarse como hombres libres en
cuanto estaban parcialmente fuera del sistema feudal, que literalmente los
asediaba -se ha comparado a las ciudades con islas en un océano feudal-,55
porque no participaban directamente de las relaciones feudo-vasalláticas: ni
eran señores feudales, ni campesinos sometidos a servidumbre, ni hombres de
iglesia. La sujeción como súbdito del poder político era semejante a un lazo de
vasallaje, pero más bien como señorío colectivo que hacía que la ciudad
respondiera como un todo a las demandas de apoyo militar y político del rey o
del gobernante a la que estuviera vinculada, y que a su vez participara en la
explotación feudal del campo circundante (alfoz en España).
La expresión alemana Stadtluft macht frei "Los aires de
la ciudad dan libertad", o "te hacen libre" (Paráfrasis de la
frase evangélica "la verdad os hará libres") indicaba que quienes
podían radicarse en las ciudades, a veces huyendo literalmente de la sujeción
de la servidumbre. El siervo huido se consideraba libre de retornar con su
señor si conseguía domiciliarse en una corporación urbana por un año y un día. Tenía
todo un nuevo mundo de oportunidades que explotar, aunque no en régimen de
libertad, entendida ésta en su forma contemporánea. La sujeción a las normas
gremiales y a las leyes urbanas podía ser más dura incluso que las del campo:
la pax urbana significaba la rigidez en la aplicación de la justicia, que mantenía
los caminos y las puertas de entrada flanqueados con cadáveres de ajusticiados
y un severo toque de queda, con cierre de puertas al anochecer y rondas de
vigilancia. Eso sí: concedía a los burgueses la oportunidad de ejercer parcela
de poder, incluyendo el uso de las armas en la milicia urbana (como las
hermandades castellanas que se unificaron en la Santa Hermandad ya en el siglo
XV), que en no pocas ocasiones se utilizaron en contra de las huestes feudales,
con el beneplácito de las emergentes monarquías autoritarias. En el caso más
precoz y espectacular fueron las comunas italianas, que se independizaron de
hecho del Sacro Imperio Romano Germánico a partir de la batalla de Legnano
(1176).
En los burgos surgieron muchas instituciones sociales nuevas.
El desarrollo del comercio llevó aparejado consigo el del sistema financiero y
la contabilidad. Los artesanos se unieron en asociaciones llamadas gremios,
ligas, corporaciones, cofradías, o artes, según el lugar geográfico. El
funcionamiento interno de los talleres gremiales implicaba un aprendizaje de
varios años del aprendiz a cargo de un maestro (el dueño del taller), que
implicaba el paso de aquél a la condición de oficial cuando demostrara conocer
el oficio, lo que implicaba su consideración como trabajador asalariado, una
condición de por sí ajena al mundo feudal que incluso se trasladó al campo (en
principio de manera marginal) con los jornaleros que no disponían de tierras
propias ni concedidas por el señor. La asociación de los talleres en los gremios,
funcionaba de manera completamente contraria al mercado libre capitalista: se
procuraba evitar todo rasgo posible de competencia fijando los precios, las
calidades, los horarios y condiciones de trabajo, e incluso las calles donde
podían radicarse. La apertura de nuevos talleres y el paso del rango de oficial
al de maestro estaban muy restringidos, de modo que en la práctica se
incentivaban las herencias y los enlaces matrimoniales endogámicos dentro del
gremio. El objetivo era conseguir la supervivencia de todos, no el éxito del
mejor.
Más apertura demostró el comercio. Los buhoneros que iban de
aldea en aldea, y los escasos aventureros que se atrevían a hacer viajes más
largos eran los mercaderes más habituales de la Alta Edad Media, antes del año 1000.
En tres siglos, para comienzos del siglo XIV, las ferias de Champaña y de
Medina habían creado rutas terrestres estables y más o menos seguras que (a
lomos de mulas o con carretas en el mejor de los casos) recorrían Europa de
norte a sur (en el caso castellano siguiendo las cañadas trashumantes de la
Mesta, en el caso francés enlazando los emporios flamenco y norte-italiano a
través de las prósperas regiones borgoñonas y renanas, todas ellas salpicadas
de ciudades). La Hansa o liga hanseática estableció a su vez rutas marítimas de
una estabilidad y seguridad similar (con mayor capacidad de carga, en barcos de
tecnología innovadora) que unían el Báltico y el Mar del Norte a través de los
estrechos escandinavos, conectando territorios tan lejanos como Rusia y Flandes
y rutas fluviales que conectaban todo el norte de Europa (ríos como elRin y el
Vístula), permitiendo el desarrollo de ciudades como Hamburgo, Lübecky Danzing,
y estableciendo consulados comerciales denominados kontor.59 En el Mediterráneo
se llamaron Consulado del Mar: el primero en Trani en 1063 y luego Pisa,
Mesina, Chipre, Constantinopla, Venecia, Montpellier, Valencia (1283), Mallorca
(1343) y Barcelona (1347).60 Cuando el estrecho de Gibraltar fue seguro, se
pudieron conectar marítimamente ambas Europas, con rutas entre las ciudades
italianas (sobre todo Génova), Marsella, Barcelona, Valencia, Sevilla, Lisboa,
los puertos del Cantábrico (Santander, Laredo, Bilbao), los del Atlántico
francés y los del Canal de la Mancha (ingleses y flamencos, sobre todo Brujas y
Amberes). El contacto cada vez más fluido de gentes de distintas naciones (como
comenzaron a llamarse a las agrupaciones de comerciantes de cercano origen
geográfico que se entendían en la misma lengua vulgar, al igual que ocurría en las
secciones de las órdenes militares) terminó produciendo que ambas instituciones
funcionaran de hecho, como primitivas organizaciones internacionales.
Todo ello desarrolló un incipiente capitalismo comercial
(véase también Historia del capitalismo) con el incremento o surgimiento ex
novo de la economía monetaria, la banca (crédito, préstamos, seguros, letras de
cambio), actividades que mantuvieron siempre recelos morales (pecado de usura
para todas las que significara lucro indebido, y en que únicamente podían
incurrir los judíos cuando prestaban a otros que no fueran de su religión,
oficio prohibido tanto a los cristianos como a los musulmanes). La aparición de
burgueses ricos y de una plebe urbana pobre originó un nuevo tipo de tensiones
sociales, que produjeron revueltas urbanas.61 En cuanto a los aspectos
ideológicos, la expresión del inconformismo burgués con su puesto marginal en
la sociedad feudal está en el origen de las herejías a lo largo de toda la Baja
Edad Media (cátaros, valdenses, albigenses, dulcinianos, hussitas,
wycliffianos). Los intentos de responder a esas demandas del mundo urbano por
parte de la Iglesia, así como de controlarlas y en su caso reprimirlas,
produjeron la aparición de las órdenes mendicantes (franciscanos y dominicos) y
de la Inquisición. A veces, la imposibilidad de conseguir el control hizo optar
por el exterminio, como ocurrió en Beziers en 1209, siguiendo la respuesta del
legado pontificio Arnaud Amaury:62
- ¿Cómo distinguiremos a los herejes de los católicos? -
Matadlos a todos, que Dios reconocerá a los suyos
Las catedrales y la búsqueda de la altura
En la Edad Media, la oposición entre lo alto y lo bajo
"se proyecta en el espacio": se construyen torres y murallas muy
elevadas, muy visibles, para manifestar que se quiere escapar de lo
"bajo"... lo alto y la altura designan lo que es grande y hermoso...
se expresa en la construcción de los castillos y las catedrales... Esa
oposición es el correlato de la que existe entre el cielo y la tierra. (...)
Luego, se buscó la luz, e incluso se acabó por identificar a Dios con la luz.
Los progresos técnicos, la búsqueda de espacios abiertos y el uso cada vez más
sofisticado del hierro y los diversos metales dieron nacimiento, entre los
siglos XI y XIII a las grandes catedrales.
La rivalidad entre castillos señoriales tuvo su correlato
urbano en la rivalidad entre casas fortificadas, con torres desafiantes, que
han sobrevivido en los espectaculares conjuntos de San Gimignano o de Cáceres.
Mucho más extendida estuvo la rivalidad de las catedrales, cuya construcción se
demoraba por siglos, desarrollándose de un modo orgánico, sin que los planes
originarios se terminaran, haciendo que el resultado final fuera habitualmente
la suma de estilos muy diferentes. Se llegaron a producir verdaderas carreras
de prestigio, como la que se prolongó por cientos de años entre las de Siena y
Florencia. Las dimensiones extraordinarias de ambas hicieron imposible que se
terminaran antes de la crisis bajomedieval, lo que determinó que los sieneses
(izquierda: Catedral de Siena Duomo di Santa María) optaran por conformarse con
lo construido hasta entonces (para que pudiera utilizarse desde sus inicios,
siempre se comenzaban las obras por el ábside, permitiendo consagrar el altar y
dar culto mientras continuaban las obras). Lo que se pretendía era convertir el
actual brazo mayor en el menor, y construir un brazo mayor verdaderamente
descomunal (proyecto de 1339 que tuvo que abandonarse; el diseño inicial era de
1215-1263). Mientras tanto, los florentinos (derecha: Catedral de Florencia
Duomo di Santa María dei Fiori), humillados por no ser capaces de cubrir el
gigantesco espacio central del crucero (un desproporcionado tambor octogonal
sobre elevado), tuvieron que esperar a que Filippo Brunelleschi consiguiera resolver
el desafío técnico con una impresionante cúpula que abre la época del
Renacimiento (concurso de 1419 y construcción entre 1420 y 1436).
Nuevas entidades políticas
Poderes universales, monarquías feudales y ciudades-Estado
En la Plena Edad Media se observó una gran disparidad en la
escala a que se ejercía el poder político: los poderes universales (Pontificado
e Imperio) seguían reivindicando su primacía frente a las Monarquías feudales,
que en la práctica funcionaban como estados independientes. Al mismo tiempo,
entidades mucho más pequeñas en extensión demostraban ser muy dinámicas en las
relaciones internacionales (las ciudades-estado italianas y las ciudades libres
del Imperio Germánico), y el municipalismo demostró ser una fuerza muy a tener
en cuenta en todos los territorios de Europa.64
El redescubrimiento del Digesto justinianeo (Digestum Vetus)
permitió el estudio autónomo del Derecho (Pepo e Irnerio) y el surgimiento de
la Escuela de los Glosadores y de la Universidad de Bolonia (1088). Ese suceso,
que permitirá el redescubrimiento paulatino del Derecho romano, llevará a la
formación del llamado Corpus Iuris Civilis y a la posibilidad de plantear un
Ius commune (Derecho común), y justificar la concentración de poder y capacidad
reglamentaria en la institución imperial, o en los monarcas, cada uno de los
cuales empezará a considerarse como imperator in regno suo("emperador en
su reino" -definiciones de Bártolo de Sassoferrato y Baldo degli Ubaldi-).
La difícil convivencia de Pontificado e Imperio (regnum et
sacerdocium) a lo largo de los siglos dio origen entre 1073 y 1122 a la
querella de las investiduras. Distintas formulaciones ideológicas (teoría de
las dos espadas, Plenitudo potestatis, Dictatus papae, condenas de la simonía y
el nicolaísmo) constituían un edificio levantado durante siglos por el que el
Papa pretendía marcar la supremacía de la autoridad religiosa sobre el poder
civil (lo que se ha venido denominando agustinismo político), mientras que el
Emperador pretendía hacer valer la legitimidad de su cargo, que pretendía
derivar del antiguo Imperio romano (Translatio imperii), así como el hecho
material de su capacidad militar para imponer su poder territorial e incluso
tutelar la vida religiosa (tanto en los aspectos institucionales como los dogmáticos),
a semejanza de su equivalente en Oriente. El acceso de distintas dinastías a la
dignidad imperial debilitó el poder de los emperadores, sujetos a un sistema de
elección que les hacía dependientes de un delicado juego de alianzas entre los
dignatarios que alcanzaron el título de príncipe elector, unos laicos
(príncipes territoriales, independientes en la práctica) y otros eclesiásticos
(obispos de ciudades libres). No obstante, periódicamente se asistía a intentos
de recuperar el poder imperial (Otón III y Enrique II entre los últimos otónidas),
que en ocasiones llegaban a enfrentamientos espectaculares (Enrique IV, de la
dinastía Salia, o Federico I Barbarroja y Federico II de la dinastía
Hohenstaufen). La oposición entre güelfos y gibelinos, cada uno asociado a uno
de los poderes en liza (papa y emperador), presidió la vida política de
Alemania e Italia desde el siglo XII hasta bien entrada la Baja Edad Media.
Ambas pretensiones distaron mucho de hacerse efectivas,
agotadas en su propio debate y superadas por la mayor eficacia política de las
entidades urbanas y los reinos del resto de Europa.
Parlamentarismo
Apareció el parlamentarismo, una forma de representación
política que con el tiempo se convirtió en el precedente de la división de
poderes consustancial a la democracia de la Edad Contemporánea. La primacía en
el tiempo la tiene el Alþingi islandés (930), que seguía el modelo de los thing
o asambleas de guerreros germanos; pero desde finales del siglo XI se fue
gestando un nuevo modelo institucional, derivado de la obligación feudal de
consilium, que implicaba a los tres órdenes feudales, y se generalizó por
Europa occidental: las Cortes de León (1188), el Parlamento inglés(1258)
-previamente las relaciones de poder entre rey y nobleza habían sido reguladas
en la Carta Magna, 1215, o las Provisiones de Oxford, 1258- y los Estados
Generales franceses (1302).
La Reforma Gregoriana y las reformas monásticas
Hildebrando de Toscana, ya desde su posición bajo los
pontificados de León IX y Nicolás II, y más tarde como papa Gregorio VII (con
lo que cubre toda la segunda mitad del siglo XI), emprendió un programa de
centralización de la Iglesia, con la ayuda de los benedictinos de Cluny, que se
extendieron por toda Europa Occidental implicando a las monarquías feudales
(destacadamente en los reinos cristianos peninsulares, a través del Camino de
Santiago).
Las siguientes reformas monásticas, como la cartuja (San
Bruno) y sobre todo la cisterciense (San Bernardo de Claraval) significarán
nuevos fortalecimientos de la jerarquía eclesiástica y su implantación dispersa
en todo el territorio europeo como una impresionante fuerza social y económica
ligada a las estructuras feudales, vinculada a las familias nobles y a las
dinastías regias y con una base de riqueza territorial e inmobiliaria, a la que
se añadía el cobro de los derechos propios de la Iglesia (diezmos, primicias,
derechos de estola, y otras cargas locales, como el voto de Santiago en el
noroeste de España).
El fortalecimiento del poder papal intensificó las tensiones
políticas e ideológicas con el Imperio Germánico y con la Iglesia oriental, que
en este caso terminarán llevando al Cisma de Oriente.
Las Cruzadas trajeron como consecuencia la creación de un
tipo especial de órdenes religiosas, que, además de someterse a una regla
monástica (habitualmente la cisterciense, incluyendo el cumplimiento teórico de
los votos monásticos) exigían a sus componentes una vida castrense más que
ascética: fueron las órdenes militares, fundadas tras la toma de Jerusalén en
1099 (caballeros del Santo Sepulcro, templarios -1104- y hospitalarios -1118- ).
También se constituyeron en otros contextos geográficos (órdenes militares
españolas y caballeros teutónicos).
La adaptación a la pujante vida urbana de los siglos XII y
XIII será misión de un nuevo ciclo de fundaciones en el clero regular: las
órdenes mendicantes, cuyos miembros no eran monjes, sino frailes (franciscanos
de San Francisco de Asís y dominicos de Santo Domingo de Guzmán, a las que
siguieron otras, como los agustinos); y de nuevas instituciones: las
Universidades y la Inquisición.
Innovaciones dogmáticas y devocionales
A partir del siglo XI y el siglo XII, se introdujeron en el
cristianismo latino innovaciones dogmáticas y devocionales de gran
trascendencia:
La imposición del rito romano frente a la anterior
multiplicidad de liturgias (rito hispánico, rito bracarense, rito ambrosiano,
etc.)
La imposición del celibato sacerdotal en el Concilio de
Letrán (1123).
El hallazgo del papel del purgatorio como estadio intermedio
de las almas entre cielo e infierno, que intensificará la función
intermediadora de la Iglesia a través de las oraciones y misas y los méritos de
la Comunión de los Santos por ella administrados.
Mariología
La intensificación del papel de la Virgen María, que pasa a
ser una corredentora con atributos investigados por la mariología y aún no
dogmatizados (Inmaculada Concepción, Asunción de la Virgen), con nuevas
devociones y oraciones (Avemaría -yuxtaposición de textos evangélicos que se
introduce en occidente en el siglo XI-, Salve -adoptada por Cluny en 1135-,
Rosario -introducido por Santo Domingo contra los albigenses-), una fiebre de
fundaciones de iglesias en su nombre, y con un amplísimo tratamiento artístico.
En la época del amor cortés la devoción a la Virgen apenas podía distinguirse,
al menos en las formas, de la que el caballero sentía por su dama.
La mariología había nacido en la Antigüedad tardía con la
patrística, y el culto popular de la virgen fue uno de los factores clave de la
suave transición del paganismo al cristianismo, que suele interpretarse como
una adaptación del patriarcal monoteísmo del judaísmo al matriarcal panteón de
las diosas-vírgenes-madre del Mediterráneo clásico: la cananea Astarté, la
babilonia Istar, las griegas Rea y Gaia, la frigia Cibeles, la Artemisa de
Éfeso, la Deméter de Eleusis, la egipcia Isis, etc. La controversia Cristotokos-Theotokos
(María como "Madre de Cristo" o "Madre de Dios"), y el
amplio tratamiento de ésta en el arte bizantino habían caracterizado a la
iglesia oriental. El protagonismo de la Virgen quedaba ampliamente compensado
con la misoginia del tratamiento de otras figuras femeninas, destacadamente
Eva, la Magdalena y Santa María Egipcíaca. La renuncia al cuerpo (la carne
enemiga del alma) y a las riquezas, que da oportunidad al arrepentimiento y la
redención (y confía su gestión a la Madre Iglesia) solía ser el aspecto más
destacable también en las vidas de otras santas y mártires.68
Sacramentos y cohesión social. Minorías religiosas
Por último, la institucionalización de los sacramentos,
especialmente la penitencia y la comunión pascual que se plantean como trámites
anuales que el fiel ha de cumplir ante su párroco y confesor. La vivencia
comunitaria de los sacramentos, sobre todo los que significan cambios vitales
(bautismo, matrimonio, extrema unción), y los rituales funerarios, cohesionaban
fuertemente a las sociedades locales tanto aldeanas como urbanas, sobre todo
cuando se enfrentaban a la convivencia con otras comunidades religiosas -judíos
en toda Europa y musulmanes en España-.
La celebración de las festividades en días distintos (viernes
los musulmanes, sábados los judíos, domingos los cristianos), los distintos
tabúes alimentarios (cerdo, alcohol, rituales de matanza que obligan a separar
las carnicerías) y la separación física de las comunidades -guetos, aljamas o
juderías y morerías- planteaban una situación que, incluso con tolerancia
religiosa, distaba mucho de ser un trato igualitario. Los judíos cumplieron una
función social de chivo expiatorio que dio salida a las tensiones sociales en
determinados momentos, con el estallido de pogromos (revueltas antijudías, que
tras las conversiones masivas dieron paso a revueltas anti conversas) o con las
políticas de expulsión (Inglaterra -1290-, Francia -1394- y España -1492- y
Portugal en 1496). La existencia de minorías religiosas dentro del
cristianismo, en cambio, no podía ser aceptada, puesto que la comunidad
política se identificaba con la unidad en la fe. Los definidos como herejes,
por tanto, eran perseguidos por todos los medios.
Delito y pecado. El sexo
En cuanto a las desviaciones del comportamiento que no
supusieran desafíos de opinión sino delitos o pecados(conceptos identificables
y de imposible deslindamiento), su tratamiento era objeto de las jurisdicciones
civil (que aplicaba el fuero correspondiente, la legislación del reino o el
derecho común) y religiosa (que aplicaba el Derecho Canónico en cuestiones
ordinarias, o el procedimiento inquisitorial en caso necesario), cuya
coordinación era a veces compleja, como ocurría con las desviaciones de la
conducta sexual considerada correcta (masturbación, homosexualidad, incesto,
estupro, amancebamiento, adulterio y otros asuntos matrimoniales). En cualquier
caso, la vivencia de la sexualidad y la desnudez del cuerpo tuvo tratamientos
muy distintos en cada época y lugar; y diferentes expectativas para cada nivel
social (se consideraba que era propio de los campesinos un comportamiento
animal, es decir, natural, y se pretendía que los nobles y clérigos tuvieran
más voluntad para controlar sus instintos).
También costumbres como los baños (conocidos desde las
termas romanas y reintroducidos por los árabes) y prácticas como la
prostitución fueron objeto de críticas morales y reglamentaciones más o menos
permisivas, llegando en el caso de los baños progresivamente hasta la
prohibición (se les acusaba de inmorales y de producir el afeminamiento de los
guerreros), y en el de la prostitución al confinamiento en determinados
barrios, la obligación de llevar determinadas prendas y la detención de sus
actividades en determinadas fechas (Semana Santa). La erradicación de la
prostitución no se concebía posible, dado lo inevitable del pecado, y su papel
de mal menor que evitaba que el deseo irrefrenable de los varones fuera en
contra del honor de las doncellas y las mujeres respetables. Por lo general,
los historiadores suelen coincidir que el periodo de la Plena Edad Media fue
una etapa de mayor libertad de costumbres que no tuvo que esperar a El
Decamerón (1348), y que en algunas cuestiones, como la condición femenina,
significó una verdadera promoción, tanto frente a la Alta Edad Media como
frente a la Edad Moderna; aunque el extendido mito de que se llegara a dudar si
la mujer tenía alma es un error filológico.
Expansión geográfica de la Europa feudal
La expansión geográfica se llevó a cabo, o se intentó llevar
a cabo, al menos, en varias direcciones, siguiendo no tanto un propósito
determinado por concepciones nacionalistas inexistentes en la época, sino la
dinámica propia de las casas feudales. Los normandos, vikingos asentados en
Normandía, dieron origen a una de las casas feudales más expansivas de Europa,
que se extendió por Francia, Inglaterra e Italia, enlazada con las de
Anjou-Plantagenet y Aquitania. Las casas de Navarra y Castilla (dinastía
Jimena), Francia, Borgoña y Flandes (Capetos, Casa de Borgoña -extendida por la
Península Ibérica-, Valois) y Austria (casa de Habsburgo) son otros buenos
ejemplos, y todas ellas se vieron vinculadas por alianzas, enlaces
matrimoniales y enfrentamientos sucesorios o territoriales, consustanciales a las
relaciones feudo-vasalláticas y expresión de la violencia inherente al
feudalismo.72 En el contexto espacial de la Europa Nórdica y Centro-Oriental
tuvieron un desarrollo similar la Casa de Sweyn Estridsson danesa, la Bjälbo
noruega y los Sverker y Erik suecos; y más tarde la Dinastía Jogalia o Jagellón
(Hungría, Bohemia, Polonia y Lituania).
En España, simultáneamente a la disolución del Califato de
Córdoba (en guerra civil desde el 1010 y extinguido el 1031), se creó un vacío
de poder que los reinos feudales cristiano hispánicos de Castilla, León,
Navarra, Portugal y Aragón (fusionado dinásticamente con el condado de
Barcelona) intentaron aprovechar, expandiéndose frente a los reinos de taifas
musulmanes en la llamada Reconquista. En las Islas Británicas, el reino de
Inglaterra intentó repetidas veces invadir a Gales, Escocia e Irlanda, con
mayor o menor éxito.
En Europa del Norte, acabadas las invasiones de los
vikingos, las riquezas saqueadas por éstos sirvieron para adquirir productos y
servicios occidentales, creando en el Mar Báltico una próspera red comercial
que atrajo a los escandinavos a la civilización occidental, mientras su
expansión hacia el oeste por el Atlántico (Islandia y Groenlandia) no pasó de
la mítica Vinlandia (asentamiento fracasado en América del Norte, en torno al
año 1000). Los vikingos orientales (varegos), llegaron hasta Constantinopla, y
fundaron los reinos de Ucrania y Rusia. Los vikingos meridionales (normandos)
se instalaron en Normandía, Inglaterra, Sicilia y el sur de Italia, creando
reinos centralizados y eficientes (Rolón, Guillermo el Conquistador y Rogerio I
de Sicilia). En el este, en el año 955, Otón el Grande batió a los magiares en
la Batalla del Río Lech y reincorporó Hungría a Occidente, al tiempo que
comenzaba la "germanización" de Polonia, hasta entonces pagana.
Posteriormente, desde tiempos de Enrique el León (siglo XII), los alemanes se
fueron abriendo paso a través de las tierras de los vendos, hasta el Mar
Báltico, en un proceso de colonización conocido como Ostsiedlung (que será
mitificado posteriormente con el romántico nombre de Drang nach Osten, o Afán
de ir hacia el Este, lo que sirvió para justificar la teoría nazi del espacio
vital alemán Lebensraum). Pero sin lugar a dudas, el movimiento de expansión
más espectacular, aunque finalmente fallido, fueron las Cruzadas, en donde
selectos miembros de la nobleza guerrera occidental cruzaron el Mar
Mediterráneo e invadieron el Medio Oriente, creando reinos de efímera duración.
Las Cruzadas
Las Cruzadas fueron expediciones emprendidas, en
cumplimiento de un solemne voto, para liberar Tierra Santa de la dominación
musulmana. El origen de la palabra remonta a la cruz hecha de tela y usada como
insignia en la ropa exterior de los que tomaron parte en esas iniciativas, a
partir de la petición del Papa Urbano II y las predicaciones de Pedro el
Ermitaño. Las sucesivas cruzadas tuvieron lugar entre los siglos XI y XIII.
Fueron motivadas por los intereses expansionistas de la nobleza feudal, el control
del comercio con Asia y el afán hegemónico del papado sobre las iglesias de
Oriente.
Balance de la expansión geográfica
El balance de esta expansión fue espectacular, por
comparación a la vulnerabilidad de la oscura época anterior: Tras medio siglo
de instituciones carolingias, hacia 843 (Tratado de Verdún), los territorios
que podían identificarse más o menos próximamente con ellas (lo que podría
denominarse una formación social cristiano occidental) se extendían por
Francia, el oeste y sur de Alemania, el sur de Gran Bretaña, las montañas
septentrionales de España y el norte de Italia. Un siglo después, en la época
de la Batalla del Río Lech (955), no había región de Europa Occidental a salvo
de las nuevas oleadas de invasores bárbaros, que parecían conducir a una nueva
crisis de civilización.
Sin embargo, en los dos siglos siguientes al fatídico año
mil el panorama había cambiado completamente: para la época de la Batalla de
Navas de Tolosa (1212), habían sido incorporadas a la civilización europea toda
Italia hasta Sicilia, la Gran Bretaña no inglesa (Escocia y Gales),
Escandinavia(que se expandía por el Atlántico Norte hasta Groenlandia), buena
parte de Europa Oriental (Polonia, Bohemia, Moravia y Hungría, quedando los pueblos
eslavos de los Balcanes y Rusia en la órbita del cristianismo oriental e
institucionalizando sus propios reinos) y media Península Ibérica (en el
transcurso del siglo XIII lo sería toda excepto el tributario reino nazarí de
Granada, quedando marcado definitivamente el predominio cristiano sobre el
estrecho de Gibraltar con la batalla del Salado -1340-). Otros territorios
periféricos (como Lituania o Irlanda) estaban sometidos a una presión militar
cada vez mayor por parte de los reinos centrales de la cristiandad latina. Más
allá de los límites de Europa Occidental, las incursiones militares de huestes
latinas de muy variada composición habían puesto en sus manos lugares tan
lejanos como Constantinopla y los ducados Atenas y de Neopatria o Jerusalén y
los Estados Cruzados.
Cristianos, musulmanes y judíos en la Península Ibérica
El símil astronómico de ocaso, que Johan Huizinga convierte
en otoño, es utilizado con mucha frecuencia en la historiografía, con un valor
analógico que más que una decadencia en lo económico o lo intelectual refleja
un claro agotamiento de los rasgos específicamente medievales frente a sus
sustitutos modernos.
La crisis del siglo XIV
El final de la Edad Media llega con el comienzo de la
transición del feudalismo al capitalismo, otro periodo secular de transición
entre modos de producción que no finalizará hasta el final del Antiguo Régimen
y el comienzo de la Edad Contemporánea, con lo que tanto este último periodo
medieval como la Edad Moderna entera cumplen un papel similar y cubren una
similar extensión temporal (500 años) a lo que significó la Antigüedad Tardía
para el comienzo de la Edad Media.
La ley de rendimientos decrecientes empezó a mostrar sus
efectos a medida que el dinamismo de los campesinos forzó la roturación de
tierras marginales y las lentas mejoras técnicas no podían sucederse a un ritmo
semejante. La coyuntura climática cambió, acabando con el denominado óptimo
medieval que permitió la colonización de Groenlandia y el cultivo de vides en
Inglaterra. Las malas cosechas condujeron a hambrunas que debilitaron
físicamente a las poblaciones, preparando el terreno para que la Peste negra de
1348 fuera una catástrofe demográfica en Europa. La repetición sucesiva de
epidemias caracterizó un ciclo secular.
Consecuencias de la crisis
Las consecuencias no fueron negativas para todos. Los
supervivientes acumularon inesperadamente capital en forma de herencias, que
pudo en algunos casos invertirse en empresas comerciales, o acumularon
inesperadamente patrimonios nobiliarios. Las alteraciones de los precios de
mercado de los productos, sometidos a tensiones nunca vistas de oferta y
demanda cambió la forma de percibir las relaciones económicas: los salarios (un
concepto, como el de circulación monetaria ya de por sí disolvente de la economía
tradicional) crecían al tiempo que las rentas feudales pasaron a ser inseguras,
obligando a los señores a decisiones difíciles. Alternativamente primero
tendieron a ser más comprensivos con sus siervos, que a veces estuvieron en
situación de imponer una nueva relación, liberados de la servidumbre; mientras
que en un segundo momento, sobre todo tras algunas rebeliones campesinas
fracasadas y duramente reprimidas, impusieron en algunas zonas una nueva
refeudalización, o cambios de estrategia productiva como el paso de la
agricultura a la ganadería (expansión de la Mesta).
El negocio lanero produjo curiosas alianzas internacionales
e inter estamentales (señores ganaderos, mercaderes de la lana, artesanos de
paños) que suscitaron verdaderas guerras comerciales (en ese sentido se ha
podido interpretar las cambiantes alianzas y divisiones internas
Inglaterra-Francia-Flandes durante la Guerra de los Cien Años, en la que
Castilla se implicó en su propia guerra civil). Únicamente los nobles con más
capacidad (demostrada la mayor parte de las veces por el despojo de nobles con
menos capacidad) pudieron convertirse en una gran nobleza o aristocracia de
grandes casas nobiliarias, mientras que la pequeña nobleza se empobrecía,
reducida a la mera supervivencia o a la búsqueda de nuevos tipos de ingresos en
la creciente administración de las monarquías, o a los tradicionales de la
Iglesia.
En las instituciones del clero también se va abriendo un
abismo entre el alto clero de obispos, canónigos y abades y los curas de parroquias
pobres; y el bajo clero de frailes o clérigos vagabundos, de opiniones
teológicas difusas, o bien supervivientes materialistas en la práctica,
goliardos o estudiantes sin oficio ni beneficio.
En las ciudades, la alta burguesía y la baja burguesía viven
un similar proceso de separación de fortunas, que hace imposible mantener que
un aprendiz o incluso un oficial o un maestro de taller pobre tenga algo que
ver con un mercader enriquecido por el comercio a larga distancia de la Hansa o
las ferias de Champaña y de Medina, o un médico o un letrado salidos de la
universidad para entrar en la alta sociedad. Se va abriendo paso la posibilidad
(antes inaudita) de que la condición social dependa más de la capacidad
económica (no necesariamente ligada siempre a la tierra) que del origen
familiar.
Frente al mundo medieval de los tres órdenes, basado en una
economía agraria y firmemente ligada a la posesión de la tierra, emerge un
mundo de ciudades basado en una economía comercial. Los centros de poder se
desplazan hacia los nuevos burgos. Estos reequilibrios se vieron reflejados en
los campos de batalla, ya que los caballeros feudales empezaron a ser superados
por el desarrollo de técnicas militares como el arco de tiro largo, arma que
los ingleses usaron para barrer a los franceses en la Batalla de Agincourt, en
1415, o la pica, usada por la infantería de mercenarios suizos. Es en esta
época cuando aparecen los primeros ejércitos profesionales, compuestos por
soldados a los que no les une un pacto de vasallaje con su señor sino la paga.
A partir del siglo XIII se registran en Occidente los primeros usos de la de
pólvora, invención china extendida desde la India por los árabes, pero de forma
muy discontinua. Roger Bacon la describe en 1216) y hay relatos del uso de armas
de fuego en la defensa musulmana de Sevilla (1248) y Niebla (1262, véase El
cañón en la Edad Media). Con el tiempo, el oficio militar se envilece,
devaluando las funciones de la nobleza con las de la caballería y los
castillos, que quedan obsoletos. El aumento de los costes y las tácticas de
batallas y asedios traerá como consecuencia el aumento del poder del rey frente
a la aristocracia. La guerra pasa a depender no de las huestes feudales, sino
de los crecientes impuestos, pagados por los no privilegiados.
Nuevas ideas
Las nuevas ideas religiosas -que se adaptan mejor a la forma
de vida de la burguesía que a la de los privilegiados- ya estuvieron en el
fermento de las herejías que se habían producido previamente, a partir del
siglo XII (cátaros, valdenses), y que habían encontrado eficaz respuesta en las
nuevas órdenes religiosas mendicantes, insertas en el entorno urbano; pero en
los últimos siglos medievales el husismoo el wycliffismo tienen una mayor
proyección hacia lo que será la Reforma protestante del siglo XVI. El
milenarismode los flagelantes convivía con el misticismo de un Tomás de Kempis
y con los desórdenes y corrupción de costumbres en la Iglesia que culminaron en
el Cisma de Occidente. Fue devastador el impacto que tuvo en la cristiandad
occidental el espectáculo de dos (y hasta tres) papas excomulgándose mutuamente
(y a emperadores, reyes y obispos, y con ellos a todos sus sacerdotes y
fieles), uno en la llamada cautividad de Aviñón a la que le sometía el rey de
Francia (fille ainée de l'Eglise -hija mayor de la Iglesia-), otro en Roma y un
tercero elegido por el Concilio de Pisa (1409). La situación no se recondujo
totalmente ni siquiera con el Concilio de Constanza (1413), que si hubieran
prosperado las tesis conciliaristas se habría convertido en una especie de
parlamento europeo supranacional, cuasi-soberano y competente en toda clase de
temas. Hasta la humilde Peñíscola se llegó a convertir por algún tiempo en el
centro del mundo cristiano -para los escasos seguidores del Papa Luna-.
Los intentos de imprimir mayor racionalidad al catolicismo
ya venían estando presentes desde la cumbre de la escolástica de los siglos XII
y XIII con Pedro Abelardo, Tomás de Aquino o Roger Bacon; pero ahora esa
escolástica se enfrenta a su propia crisis y cuestionamiento interno, con
Guillermo de Ockham o Duns Scoto. La mentalidad teocéntrica iba lentamente
dando paso a una nueva antropocéntrica, en un proceso que culminará con el
humanismo del siglo XV, en lo que ya puede denominarse Edad Moderna. Ese cambio
no se limitó únicamente a las élites intelectuales: personalidades
extravagantes, como Juana de Arco, se convierten en héroes populares (con el
contrapunto de otras terribles, como Gilles de Rais -Barba Azul-); la
mentalidad social va alejándose del conformismo temeroso para acoger otras
concepciones que implican una nueva forma de afrontar el futuro y las
novedades:
Hoy
comamos y bebamos y cantemos y holguemos, que mañana ayunaremos.
Villancico
de Juan del Encina
El anonimato conscientemente buscado en el que vivieron
silenciosamente generaciones durante siglos
Non nobis, Domine, non nobis, sed nomini
tuo da gloriam
¡No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino
a tu nombre da la gloria!
Salmos 115:1, musicalizado y utilizado
muy frecuentemente para uso litúrgico. Se adoptó como lema de los templarios y
aparece en la obra Enrique V de Shakespeare.
y que seguirá siendo la situación de los humildes durante
los siglos siguientes, da paso a la búsqueda de la fama y de la gloria personal,
no sólo entre los nobles, sino en todos los ámbitos sociales: los artesanos
comienzan a firmar sus productos (desde las obras de arte a las marcas
artesanas), y cada vez es menos excepcional que cualquier acto de la vida deje
su huella documental (libros parroquiales, registros mercantiles, escribanos,
protocolos notariales, actos jurídicos).
El desafío al monopolio económico, social, político e
intelectual de los privilegiados, creaba lentamente nuevos espacios de poder en
beneficio de los reyes, así como un lugar cada vez más amplio para la
burguesía. Aunque la mayor parte de la población siguió siendo campesina, lo
cierto es que el impulso y las novedades ya no provenían del castillo o el monasterio,
sino de la Corte y la ciudad. Entre tanto, el amor cortés (procedente de la
Provenza del siglo XI) y el ideal caballeresco se revitalizaron y pasaron a
convertirse en una ideología justificativa del modo de vida nobiliario justo
cuando este empezaba a estar en cuestión,78 viviendo una época dorada,
obviamente decadente, localizada en el período de esplendor del ducado de
Borgoña, que reflejó Johan Huizinga en su magistral El otoño de la Edad Media.
El fin de la Edad Media en la Península Ibérica
Mientras que para el Mediterráneo Oriental el fin de la Edad
Media supuso el avance imparable del islámico Imperio otomano, en el extremo
occidental, los expansivos reinos cristianos de la Península Ibérica, tras un
periodo de crisis y ralentización del avance secular hacia el sur,
simplificaron el mapa político con la unión matrimonial de los Reyes Católicos
(Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla), los acuerdos de estos con el de
Portugal (Tratado de Alcáçovas, que suponían el reparto de influencias sobre el
Atlántico) y la conquista de Granada. Navarra, dividida en una guerra civil
entre bandos orientados e intervenidos por franceses y aragoneses, sería
anexionada en su mayor parte a la creciente Monarquía Católica en 1512.
Decreto de la Alhambra por el que se expulsa a los judíos de
España, el mismo año que se conquista Granada, se descubre América y Nebrija
publica su Gramática Castellana:1492. Es el final de la Edad Media y el
comienzo de la Edad Moderna, con una unidad religiosa que acompañó a la unión
de los reinos de la Monarquía Católica.
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